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Crónica de la Cumbre

En Sevilla ha tenido lugar una de las últimas reuniones itinerantes del Consejo Europeo (pronto fijará su sede en Bruselas) que se han venido celebrando en diferentes ciudades con el paradójico objetivo de acercar la Unión Europea a los ciudadanos. La cosa habrá degenerado con el tiempo, pues no hay nada más lesivo para la sensación de confianza en las instituciones de la UE que una ‘cumbre’ de mandatarios a celebrar en tu ciudad destinada a plasmar en un documento varios acuerdos previamente ‘cocinados’ por los ministros correspondientes. Sobre todo cuando para ello se precisa de apenas un par de sesiones de trabajo, siempre que no coincidan, eso sí, con los partidos del Mundial: sería imperdonable que un presidente no pudiera demostrar ante las cámaras su patriótico forofismo viendo el fútbol de su selección nacional sentado frente a un televisor.

Una ciudad enjaulada con vallas de seguridad y sometida al agresivo control de su vida ciudadana, viendo alterada la sagrada normalidad de lo cotidiano mediante una de esas habituales exhibiciones de fuerza para proteger a los gobernantes del mundo exterior y mantenerlos en su burbuja. No sé dónde queda el acercar las instituciones al ciudadano europeo: lo más que se muestra es el fabuloso potencial de creación de ‘fortalezas’ que tiene esta Europa que parece dispuesta a llevar a escala continental la práctica de estas ciudades sitiadas temporalmente. Dicen que la inmigración es un reto, y cuando se deciden a hacer política común en esta materia lo que diseñan es un panorama propicio al levantamiento de barreras a la legalidad con la excusa de la seguridad, cuando la inmigración no puede dejar de tener el sentido de progreso social que otras necesarias políticas inmigratorias requieren.

La línea restrictiva que pretendía imponer sanciones a los países ‘exportadores’ de inmigrantes que no controlaran los flujos se ha visto frenada, pero la generalización de una estrategia inflexible con la ilegalidad puede ser suficiente para que se intensifique el drama de quienes llegan a la Europa ‘fortaleza’ reiteradas veces y son devueltos en un pulso continuado que sólo el tesón de alguien que busca un futuro mejor puede soportar. Y mientras, el otro incumplimiento de la ley, el sumergido en una economía explotadora, seguirá hurtando a falta de papeles una existencia digna a multitud de inmigrantes. Pero electoralismo manda, y el acento no puede situarse en el lugar equivocado cuando hay que contentar a una ciudadanía que teme hasta a su propia sombra.