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La teocracia y el poder energético

La alianza entre EEUU y Arabia Saudí se había convertido en un auténtico idilio: un apoyo recíproco casi incondicional fundado en el intercambio de petróleo y protección militar. Una relación bilateral basada en los intereses mutuos y no en el ‘amor’, en los valores compartidos. Que el régimen político de sus aliados sea democrático o sangrantemente autoritario siempre ha sido irrelevante a ojos de los estrategas de Washington. Sin embargo, desde el 11-S la ruptura estaba cantada. Se viene escenificando el alejamiento diplomático a medida que el papel de los saudíes en este nuevo escenario internacional sale mal parado en el nivel de confianza que la opinión pública otorga al corrupto y tiránico establishment de la familia real árabe. Y es que ni al más ingenuo de los analistas se le escapa la conexión sustancial de esta teocracia con el terrorismo islamista.

Si en el peligro que el fundamentalismo supone para el mundo diferenciamos dos vías de amenaza, éstas son la proliferación de redes de activistas armados y la propagación del ideario extremista. Varias noticias de los últimos meses nos confirman que el dinero saudí está detrás de gran parte de lo primero (financiando a terroristas) y que el poder desplegado en la difusión del extremismo recibe el amplio respaldo de los promotores del wahhabismo de Arabia Saudí, la versión más fanática del islam. Los familiares de las víctimas de los atentados de Nueva York denunciaron a destacadas instituciones y bancos saudíes, y la esposa del embajador en Washington de este país ha tenido que dar explicaciones por unas donaciones a entidades caritativas que terminaron como fondos de apoyo al terrorismo. Las excusas y los recelos están ya sobre la mesa para que el cese de las buenas maneras se consolide en el próximo futuro.

Con la sospecha permanente hacia este aliado indeseable, la búsqueda de intereses comunes en el mundo árabe pasará para EEUU por la creación de alianzas con países comprometidos con la persecución del entramado terrorista. Arabia Saudí se convertirá en elemento prescindible de este puzzle en cuanto la dependencia del petróleo de la península arábiga se desvanezca con la suma de las reservas de Irak, bajo control de un régimen post Sadam, a las capacidades energéticas que precisan EEUU y los demás países avanzados. De ir deshaciéndose de los conflictivos lazos con las saudíes se ha venido encargando, quizá inconscientemente, la sociedad occidental en este último año. Ahora se hace ya más patente este nuevo escenario ante el previsible nuevo movimiento en el tablero: el del petróleo iraquí. La jugada saldrá redonda si además gana autoridad moral al despegarse de la tiranía de Arabia Saudí.