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Said y la música de la paz

Edward Said, reconocido y valorado ensayista palestino, ha fallecido esta semana. Las necrológicas han tenido tiempo de glosar otros tantos aspectos de su vida: nacionalizado estadounidense, era catedrático de la Universidad de Columbia y sus conocimientos abarcaban los campos de la literatura, la musicología y la política. Una leucemia ha puesto fin a su vida a los 67 años y ha inaugurado la época en que su legado intelectual se gestionará sin estar él presente. Muchos lo conocimos básicamente por sus artículos sobre el conflicto de Oriente Próximo, donde plasmaba una visión lúcida de la causa palestina que no olvidaba la dosis necesaria de compresión hacia los argumentos de la otra parte. No están desacertados los elogios como hombre que sostuvo una voz firme en favor de la paz, lo que hacía su figura imprescindible en momentos como el actual, de enconamiento en las posiciones extremas. Cualquiera que sea la opinión que se tenga sobre sus ideas, interesa resaltar frases escritas estos días sobre Said por quienes lo conocieron. Valga como ejemplo Juan Goytisolo, que afirmaba en El País: «Edward Said fue un intelectual libre, yo diría que el único intelectual totalmente libre del mundo árabe».

Lo cual demuestra lo fuerte que aún siguen siendo las ataduras de muchos pensadores musulmanes con cierto imaginario colectivo de la nación árabe y sus mitos correspondientes. Said destacó por su crítica a la imparcialidad proisraelí de Washington, que conocía como estadounidense, y también por su independencia como palestino, que le llevó a criticar en numerosas ocasiones las posiciones de la Autoridad palestina. Es cierto que ha sido, a pesar de todo, un punto de referencia en el mundo islámico. Sin embargo, sigue dando la sensación de que políticamente no será acogido su legado intelectual como un todo que sirva de arranque para un pensamiento islámico más abierto. Algunos se quedarán únicamente con su defensa del pueblo palestino; no es fácil abandonar las servidumbres de la identidad. Tras tres años de Intifada, ahora se hacen muy diversos análisis sobre el conflicto, pero pocos niegan que la violencia se ha venido desarrollando en un escenario de guerra abierta. Cada uno con sus armas, en un choque de dos integrismos que no lograrán nunca entenderse entre sí. O quizá ocurra justo lo contrario: los fundamentalistas comprenden perfectamente la lógica del contrario, puesto que es la misma que utilizan para aniquilarse mutuamente.

Sí, son sus respectivos pueblos los que, pudiendo luchar por la convivencia, estarían negando una oportunidad a la paz al dejar el protagonismo en manos de Sharón y las organizaciones terroristas palestinas. Pero la culpa no está en quien sufre el fuego cruzado mientras los gobernantes desperdician las posibles vías de diálogo. Al final, son las iniciativas que parten del sueño individual las que más aportan a la convivencia colectiva. Ahí tenemos el «West-Eastern Divan», el proyecto que ha puesto en marcha una orquesta con músicos israelíes y árabes guiada por el director de origen judío Daniel Barenboim. Fundado conjuntamente por éste y Edward Said, este taller musical ha fijado su sede recientemente en Sevilla, tras un acuerdo con la Junta de Andalucía. Barenboim ha escrito, en la despedida a su «compañero del alma», que admiraba de Said su habilidad para ver más allá de los acontecimientos concretos, para analizar los procesos históricos: «Edward Said criticaba la incapacidad de los líderes de Israel para hacer los necesarios gestos simbólicos que deben preceder a cualquier solución política. Los árabes, por su parte, han sido y todavía son incapaces de aceptar sensibilidad hacia la historia judía». Raíces de incomprensión mutua que pueden eliminarse trabajando por una identidad para la paz.