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Gitanos en Europa (I)

La ampliación de la Unión Europea coloca la cuestión de las minorías étnicas en el primer plano político. No porque el concepto de ‘minoría étnica’ sea aplicable a la inmigración en una compleja Europa con libertad de movimientos, sino porque con el levantamiento de fronteras interiores adquiere relevancia un pueblo que habita el continente desde hace siglos con independencia de naciones y soberanías: los gitanos. La mayoría vive inserta en la sociedad en que se asentaron sus antepasados, aunque el nomadismo de un país a otro -que ahora asimilamos con la inmigración interior europea- sigue teniendo importancia. En el centro y el este de Europa vive una buena parte de la población gitana de la UE ampliada: Eslovaquia, Hungría, República Checa, etc. Es por ello que con más de 7 millones el pueblo gitano va a ser considerado la más populosa minoría de la UE. Difícil resulta, sin embargo, quedarse con la limitada idea de ser una minoría étnica y cultural. ¿Qué elementos contiene la cultura gitana? ¿Cuáles son los puntos de unión entre los gitanos del sur, del centro y del este del continente? Sin duda existen, y la cultura, la historia y la identidad comunes merecen que sean conocidas y reconocidas por el resto de la sociedad europea. El riesgo comienza con la definición de esa cultura de manera inequívoca intentando no recurrir a esencialismos. Tanto de buena como de mala fe se define habitualmente lo gitano de forma que no se contempla la dinámica del desarrollo cultural propio de ésta como de cualquier otra comunidad.

La cultura gitana existe, pero no existe una esencia inmutable de un milenario ser de los gitanos asentados en Europa que deba permanecer como identidad compartida de los que hoy son, con todo derecho, ciudadanos europeos. El principal error en el que se podría caer es el de considerar a la comunidad gitana una etnia incompatible con el derecho y el deber de ciudadanía. El ámbito público está regido por leyes aceptadas de manera amplia por toda la sociedad. En consecuencia, los gitanos no pueden ser aceptados como gente de ‘otra’ cultura que se integra en la ‘nuestra’, sino como miembros plenos de una sociedad donde únicamente la exclusión social les impide aparecer como integrados en la cultura común, que es la cultura de la ciudadanía. La cerrazón que de manera genérica se les reprocha a muchos gitanos responde al retraimiento hacia la cultura propia, hacia la más cerrada idea de comunidad en busca de elementos identitarios que se da cuando se percibe hostilidad por parte del resto de la sociedad. El rechazo hacia lo gitano genera una vuelta a los orígenes como último recurso de los gitanos que viven en los márgenes de una sociedad que les da la espalda. Y recordemos que esa vuelta a los orígenes comprende siglos de persecución y de resistencia del pueblo gitano a considerar que el ámbito de convivencia social en el que sobrevivía era también ‘su’ sociedad y no sólo la de ‘ellos’.

Definir cuáles son las características de la cultura gitana se presenta complicado. No hay mayor agresión que puedan sufrir los gitanos que la del prejuicio y la generalización. Unas costumbres peculiares, el tópico de la marginalidad y determinados comportamientos antisociales son algunos elementos a partir de los que el resto de la sociedad infiere qué es ser gitano y lo convierte en prejuicio contra cualquiera que reivindique su identidad. Existe un discurso decididamente reaccionario que hace de los valores universales una criba para las demás culturas, sentenciando cuál entra y cuál no en el olimpo de las moralmente superiores. Esto no tiene ningún sentido. El agravio que sufren cotidianamente los gitanos es ser considerados una comunidad uniforme a la que, para más inri, se le achacan todos los defectos que pudieran tener sus miembros. La cultura gitana no está compuesta por las generalizaciones racistas que se hacen a su costa. En sentido contrario, tampoco las generalizaciones de ciertos elementos culturales dibujan con fidelidad en qué consiste la identidad gitana hoy. Hay también mucha visión romántica que reúne todo un arquetipo de gitano con valores y comportamientos exclusivos, e incluso épica del nomadismo y la autenticidad cultural, que no debe servir para negarle la gitaneidad a quienes ‘modernizan’ su visión del mundo y abandonan el estilo de vida de generaciones anteriores. No hay esencia gitana, sino una cultura que cambia con el tiempo y en interacción con las demás como cualquier otra.