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Las ventanas rotas

Hace tres décadas, los criminólogos James Wilson y George Kelling pusieron el ejemplo de un edificio en el que aparece una ventana rota y que nadie arregla, dando lugar a que en poco tiempo el resto de ventanas acaben destrozadas por los vándalos. Incluso la ventana rota puede dar pie a que se irrumpa en el edificio y las instalaciones sean saqueadas. Este caso dio lugar a la teoría de las ventanas rotas, que sugiere que obviar un delito menor puede tener como consecuencia daños más graves. Romper un cristal no es un gran crimen, pero la ventana rota que no es reparada enviará un mensaje: nadie está cuidando de esto. La lógica de esta teoría es muy poderosa, a pesar de que posteriormente se ha intentado probar, por ejemplo, con numerosos estudios sobre las tasas de crímenes en las ciudades de EEUU que no han sido del todo concluyentes. Las autoridades locales tienen a diario la oportunidad de abonar este campo de experimentación con medidas que atajan los pequeños delitos y faltas. A veces es muy fácil de implementar: por ejemplo extremando la limpieza de determinadas calles para evitar que se conviertan en basureros o eliminando cualquier pintada callejera con el objeto de mantener los muros libres de grafitis. Sin embargo, esta teoría puede tener variantes aún más útiles para el desempeño de un buen gobierno.

Los dirigentes políticos deben preocuparse no únicamente por las ventanas rotas de un barrio conflictivo, sino también de las que aparecen en su labor como responsables públicos. Se espera de la gestión de los recursos que los ciudadanos ponen en sus manos que esté encaminada al interés general, pero al menos se exige que esa gestión no sea corrupta. Puede perdonarse a un político estúpido, pero no a un sinvergüenza. La teoría de las ventanas rotas, como ha apuntado un investigador del comportamiento como Dan Ariely, se puede aplicar especialmente a los políticos y a los líderes empresariales: éstos tienen conductas observadas públicamente que influyen en quienes la observan, por lo cual una mayor exigencia no es especialmente mala. Está justificada la dureza para mantener una ejemplaridad. La corrupción es un comportamiento que se extiende por la sociedad en general si no es combatido con control y con castigo a todo infractor que, siempre desde una posición de poder, ha retorcido la ética y la legalidad. Cualquier comportamiento corrupto supone subvertir los valores que se defiende públicamente, por tanto la misma gravedad ha de darse a una pequeña corruptela que a un robo sistemático y masivo de dinero público. De la reparación de las pequeñas ventanas rotas de la corrupción depende la prevención de todo tipo de delitos cometidos desde el poder.