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Revulsivo intelectual

Escribe ayer miércoles José Borrel en Cinco Días: «Los acontecimientos del 11 de septiembre están actuando como verdadero revulsivo intelectual. Se trata de un hecho global total, político y económico, que somete las ideologías dominantes a la prueba de los hechos y obliga a revisar nuestra interpretación del mundo». Es atractiva esta visión del fatídico hecho como punto de inflexión que nos permitirá dilucidar qué ideas son buenas y cuáles no sirven para dirigir el futuro de la Humanidad.

Continúa comentando el informe del Banco Mundial que anticipa los efectos recesivos que sufrirán los países emergentes: «La reducción de los ingresos que pueden sufrir implicaría empujar unos 10 millones de personas más por debajo de la línea de la extrema pobreza y a la muerte prematura a unos 20.000 niños más en los países más pobres de África. Un coste humano a añadir a los muertos del World Trade Center, igualmente inocentes pero seguramente menos llorados». Esto nos pone sobre el tapete la cuestión de las relaciones entre países ricos y países pobres.

La frustración del Tercer Mundo al no haber alcanzado las liberalizaciones del comercio los objetivos fijados es grande. Muchas concesiones han tenido que hacer y pocas medidas les han beneficiado. Los costes de esto son insoportables, «mil millones de seres humanos que viven con menos de un dólar al día» recuerda Borrell. Concluye el artículo: «Que eso sea o no el caldo de cultivo del terrorismo es discutible, pero es seguro que ambos fenómenos no son independientes. Por ello, el atentado del 11 de septiembre reabre el problema Norte-Sur, cuestiona gravemente la mundialización entendida como modo de desarrollo derivado del consenso de Washington y debiera convertir la ayuda al desarrollo en la primera prioridad de los países ricos». Nos quedamos con la última idea: el desarrollo en todo el mundo debe ser una prioridad, ahora más que nunca. Para que así sea, sólo hace falta una cosa: voluntad política. ¿Existe?