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Razones y sinrazones

El pasado domingo una serie de integristas llevaron a cabo una matanza de más de veinte cristianos en Pakistán. Hace unos días hablaba en la radio una religiosa española que trabaja en ese país sobre el terrible suceso. «No piensan y les da igual a quien matan», decía lamentándose por el revés al esfuerzo de convivencia entre musulmanes y cristianos en la zona que este atentado representa.

Dijo que comprendía a quienes se rebelaban allí por los «efectos colaterales» que el ataque a Afganistán está provocando. «Esto es Oriente», afirmó categórica para describir cuán inútil es explicar a gran parte del mundo islámico que las víctimas inocentes de las bombas americanas tengan justificación alguna. Y es que «no son ‘errores’… cuando mueren civiles saben de sobra que en esa zona no había ningún objetivo militar». Bush nos dijo que esta guerra iba a ser sucia. Ahora estas palabras lo confirman con la evidencia de que está siendo torpe. O en su defecto, cruel.

Esta guerra es confusa: ya se reconoce que no van a ser alcanzados los objetivos iniciales, la captura de Bin Laden y la desarticulación de los comandos de Al Quaeda, el ataque aéreo se prolonga indefinidamente y sin descanso con pocos resultados satisfactorios sobre el poder talibán… Y todo mientras el otro frente, el humanitario, sigue según ACNUR con muy escasos recursos para atender a los refugiados en comparación con el derroche presupuestario bélico. Esta guerra tiene que ganarla EE.UU. Pero la victoria no será suficiente si nos encontramos con que ha generado más problemas de los que iba a resolver.