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Ya llegó

Con sorprendente entusiasmo hemos dado los europeos la bienvenida al euro estos primeros días de circulación de la moneda única. Casi parece que se han esfumado los euroescépticos desde que los nuevos billetes están en nuestras manos, aunque más de uno está ya harto del caos provocado por la convivencia coyuntural de euros y pesetas en la calle. Hubiera sido mejor como en Alemania, el cambio de un día para otro, dicen algunos. Los más nos preocupamos por otras imprevisiones, como la de los bancos y cajas, que entorpecen el proceso por la escasa cantidad de moneda que cambian en sus oficinas. Un suspenso para el sistema bancario español… menos mal que siempre nos quedará Italia para no salir tan mal parados en el ranking europeo. Por otra parte, anécdotas de todo tipo se suceden sobre el euro. Lo del primer billete falso, una burda fotocopia detectada en Alemania, supone un alivio porque demuestra que las medidas de seguridad sirven para identificar a los billetes y los hacen prácticamente infalsificables. Tampoco es falso, sino cierto como la vida misma, que a raíz de este momento histórico se han manifestado reaccionarios paletos como Juan Manuel de Prada con su habitual provincianismo rancio calificando al euro de «tiranía ajena a los impulsos de la verdadera vida, de unos pocos tipos instalados en su opípara entelequia…». En fin, para olvidar a este cursi que va dejando un insoportable tufillo a naftalina a su paso, recordemos que podemos dar el mejor final a la peseta depositando la calderilla en huchas para darle un buen uso a nuestros últimos duros. La chatarra aún tiene valor.