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La Iglesia de siempre

La noticia es: «José Mantero, primer sacerdote que declara abiertamente ser gay» (El Mundo), aunque otros ejerzan de panfletos sensacionalistas y pongan como titular hoy: «El cura homosexual de Huelva gestiona una página web que incluye contenidos pornográficos» (ABC) para iniciar una cacería en favor de la Iglesia y en contra de este sacerdote con una información falsa a todas luces: en su web lo que hay es un banner de un servidor de publicidad que va rotando anuncios de todo tipo, incluidos los porno. Es como si dijéramos que el «ABC» es una casa de putas basándonos en los anuncios que publica y cobra tan gustosamente en sus páginas. Pero ya sabemos cómo son los medios, rastreadores del morbo, que se ocupan del cura de Valverde con noticias en portada, pero que apenas hablaron de una denuncia -en la cuál colaboró este buen hombre, por cierto- contra la explotación laboral en la industria del calzado en ese pueblo andaluz.

Bueno, pues este es el hecho que ha causado tanto escándalo en los últimos días, pero ¿por qué escándalo? Es el primer cura homosexual que lo acepta y lo dice para no engañar a nadie ni a sí mismo, de acuerdo, pero la noticia no puede enterrar por su novedad una realidad que era ampliamente conocida: dentro de la Iglesia siempre han abundado los homosexuales. E incluso la actitud «reprobable» del cura por no aceptar el celibato, además de enmarcarse en una lucha que han librado muchos católicos contra la rigidez vaticana, más le valdría a la autoridad eclesial que la tratara sin la previsible hipocresía. Porque ¿cuántos sacerdotes no habrán incumplido su deber de continencia, como para que se conozcan en todos los pueblos las típicas historias de los hijos del cura? Por no hablar de la «comprensión» que demuestra la jerarquía católica con obispos condenados por pederastia…

Es triste que la Iglesia tenga que estar siempre en el centro de tantas polémicas, pero parece inevitable teniendo en cuenta su propensión a ejercer influencia política y su afición a meter la nariz en cualquier asunto, sobre todo en el dormitorio de la gente. Como si hubiéramos vuelto atrás unos cuantos siglos, ahí tuvimos al Papa Wojtyla condenando hace poco el divorcio, las parejas de hecho, el aborto, el sexo fuera del matrimonio… y para colmo llamando a la objeción de conciencia a jueces y abogados para que los estados democráticos (y se supone que aconfesionales) no caigan «en pecado» con tanto perversión. Claro, si todo fuera como la ejemplar expulsión de la profesora de religión que se había casado con un divorciado, el mundo iría mucho mejor…

Pero lo cierto es que la Iglesia se ha quedado sin legitimidad para dar ejemplo. La conducta del ecónomo de Valladolid es aplaudida por el Arzobispado que invirtió en Gescartera, justo lo contrario de lo que hizo la opinión pública, y ahora al cura de Valverde le caerá la Inquisición encima, cuando la mayoría de los ciudadanos respeta su comportamiento. ¡Qué diferencia según se trate de un tema de sexo o de dinero! Por lo pronto ya ha dicho algún obispo que «este cura homosexual está enfermo o no ha sido fiel a su vocación», persistiendo en las declaraciones homófobas de la Conferencia Episcopal, que el periódico que dió la noticia califica de propias de las «catacumbas católicas» en un editorial. La Iglesia en la encrucijada: para mantener el negocio es necesario tener clientes fieles, pero si no se moderniza, muy pocos quedarán para reírle las gracias. Los obispos siempre pensarán que, mientras haya tarta a repartir, todo va bien, pero lo que no sabemos es qué pensará Dios de todo esto.