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Crónica de la pre-Cumbre

Sevilla, mes de junio: altas temperaturas y caldeado ambiente social. Una huelga general a la vuelta de la esquina y la campaña de los ‘piquetes’ antihuelga desde su privilegiado púlpito mediático se desarrolla según lo previsto. El sectarismo gubernamental no ha escatimado esfuerzos -involuntarios- en decantar a la opinión pública en favor de la mayor operación de desgaste desde que el PP ocupa el poder. A eso se le suele llamar salirle el tiro por la culata: la crispación crece y el rechazo a la arrogancia del deslucido europresidente y su decretazo harán de esta huelga, para la que ‘no existía ambiente’, un éxito. El cabreo de Aznar con todo el mundo se está convirtiendo en habitual y sintomático: lo mismo la toma con los obispos que con la jauría socialcomunista que se atreve a toserle con una huelga que, antes del Consejo Europeo, dicen que no tiene otro objetivo que ‘jorobar’ a España.

Parece que molesta que se haga de Sevilla la ciudad de la reivindicación: los paniaguados columnistas (Campmany, Losantos) expresan esa artificial preocupación por la imagen de España para ocultar que un presidente con arranques autoritarios es peor losa para el progreso de un país que una semana movidita alrededor de una ‘reunión en la cumbre’ de los gobiernos de la UE que, por cierto, no servirá seguramente para enmendar el decepcionante semestre de Presidencia española en materia de avances y nuevos acuerdos. La huelga tiene sobrados fundamentos, laborales y también políticos, puesto que no tiene sentido descalificar como ‘huelga política’ a una que trata de oponerse a la decisión política del ejecutivo de recortar derechos a los trabajadores. Quizá lo que más cabrea en el PP es que hasta el Arzobispo de Sevilla muestre apoyo a los sindicatos.

Esta ciudad es cuna del felipismo que sirvió a más de uno para realizar su cruzada ideológica particular, y ahora el aznarismo y su talante resuenan como el rencor de ese sector rancio de la Sevilla oficial y de esa sociedad anclada en el pasado que clama contra la izquierda, contra los parados, contra los jornaleros y ese mundo rural que aseguran que está subsidiado y sumido en la indolencia… ¿y todavía creen tener en el PP posibilidades de éxito electoral en Andalucía con un ministro que llama ‘indolentes’ a los andaluces y un gobierno que para hacer política en el medio rural no se le ocurre otra cosa que quitar el PER? No es de extrañar que hasta el arzobispo se convierta en blanco de críticas cuando el discurso oficial se empeña en darse cabezazos con la realidad para, al final, no asumirla y arremeter contra lo primero que se mueva, ya sean los sindicatos, un PSOE que va a rentabilizar la oposición social al gobierno o los inmigrantes que piden regularización.

Más de 400 de los inmigrantes que se quedaron sin trabajo en la fresa por la nueva política de inmigración ‘de ida y vuelta’ están encerrados en la Universidad Pablo de Olavide en una protesta que está expresamente destinada a hacerse notar durante la que ya es ‘cumbre de la inmigración’. Su situación es extrema, y si la ley o el gobierno terminan abocándonos a una solución injusta es porque uno de los dos falla. Aunque ya constatamos diariamente que la irresponsabilidad del PP con su propia política de inmigración es inmensa, escuchamos a Javier Arenas afirmar que la culpa de todo es de la ‘demagogia de Zapatero y el PSOE’. La duda me asalta: ¿será que no se han dado cuenta de que gobiernan desde hace 6 años? Es evidente que, al menos, siguen con ese mismo discurso que pretende culpar a los demás de sus errores. En vez de afrontar los problemas, se ha convertido en costumbre que construyan una respuesta simplista a éstos y terminen endosando a la sociedad la solución más conflictiva. Y a eso lo llaman hacer política.