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Europe’s living a celebration

Érase una vez un país que dedicó un inagotable torrente mediático a un acontencimiento revivido de otras épocas. El objetivo era sublimar, en torno a una exquisita melodía prefabricada, fruto de la alquimia de la mercadotecnia, la esencia de una nación a la hipnótica pantalla de un televisor pegada. Son días en los que festivales como Eurovisión ocupan el hueco que una europeidad de capa caída ha dejado en los corazones de una ciudadanía que delega en subproductos televisivos la representación de su conciencia colectiva. ¿El idioma, las culturas diversas, la pluralidad de la población? No, Europa se vislumbra como un mosaico en el que sus piezas pretenden resaltar mediante una canción que brille en su mediocridad entre los demás temas clónicos nacidos al cobijo de una industria del ocio homogenizadora.

España ocupa la europresidencia semestral y ansiaba alcanzar el trono de la eurocaspa anual con un canto al europeísmo autocelebrado. Pero ¿qué hay que celebrar en esta Europa de la ‘celebration’? Ni siquiera la vacuidad del mensaje ha proporcionado la victoria a la letra interpretada por la Rosa de Armilla. La unión hace la fuerza. Aunque la fuerza sigue estando en el mismo sitio de siempre: Europa se une para perfeccionar el ‘pan y circo’ del siglo XXI. Versiones de Operación Triunfo se extienden por todos los países, porque las fronteras hace tiempo que desaparecieron para la fabulosa maquinaria de entretenimiento de los creadores de apariencia, los verdugos del arte y los complices en la propagación de la filosofía del triunfo fácil. Todo funciona a la perfección: el negocio rinde inmensos beneficios, el espectáculo comparte los valores del régimen imperante y los espectadores están satisfechos. Qué más se puede pedir.