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La música ha muerto, ¡viva la música!

Esto viene a cuento de unos conciertos que he disfrutado este verano frente al televisor. Lo cual confirma que no toda la programación televisiva se degrada hasta niveles vergonzosos en la temporada estival. Eran piezas seleccionadas de la historia reciente del Festival de Montreal con un único imperativo: el buen gusto. Contrapunto necesario a la marea de los chicos de OT, cuyas canciones no pasan de ser música ‘fast food’. Artistas como Gilberto Gil o Natacha Atlas tienen la capacidad de perseguir el noble objetivo de todo creador (gustar, divertir a su público) sin necesidad de tomarle el pelo a nadie. Sus ritmos, ya sean brasileiros o árabes, seducen porque hay calidad. Y se demuestra que ésta manda cuando el oído está libre de la tiranía del top de ventas. La buena música lo es con independencia de que se trate de jazz, reggae, flamenco o hip hop.

Y a todo esto, uno de los argumentos de la cruzada antipiratería es ese de que la música está en peligro. Morirá, porque las copias (tanto las ilegales que se comercializan como las privadas) acabarán con la creación musical. Con el negocio de las discográficas, habría que puntualizar, porque hay estilos de música ajenos a lo comercial. Si la gente deja de comprar discos a 18 euros, lo que efectivamente entrará en crisis es la industria y su modelo de negocio. Ahora conocemos el coste del soporte, y quien consume, quien mantiene esa producción acorde a gustos bastante estandarizados, prefiere comprar más CD’s a precio ‘pirata’, más barato. Se echa la culpa al público del fracaso de gestión de las grandes discográficas. Mientras, las independientes sobreviven a duras penas y soportamos una escasa diversidad en el panorama musical. Si la música realmente amenazada, la comercial, muriera, sé de más de uno que hasta se alegraría.