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La rabia de Oriana

Escribe David de Ugarte en «Ciberpunk» sobre el conocido panfleto de Oriana Fallaci, que incluso ha despertado siniestros instintos censores en Francia, titulado «La rabia y el orgullo». Oriana ha pretendido remover las conciencias de los europeos lanzando este airado y demencial dardo contra los pusilánimes que desde aquí osan defender el islam. Pero la septuagenaria escritora apenas ha conseguido levantar dos trincheras: la de quienes no han sabido más que indignarse ante la xenofobia de este alegato con etiqueta de ‘políticamente incorrecto’, y la de una numerosa ‘clac’ que la ha aplaudido eufórica. Cuando en octubre pasado se publicó en el «Corriere della Sera» el artículo que ha dado origen a este libro, ya lo advertí: los coros de la Fallaci piensan seguir propagando las viscerales reflexiones desperdigadas a lo largo del ya célebre ‘sermón’ de la italiana.

Junto al feroz alegato contra los musulmanes, destaca la carga de profundidad de una crítica a los ciudadanos de esta ‘nuestra civilización’, supuestamente en peligro. Ugarte dice «no compartir el masoquismo, la culpa y la estupidez de nuestros compatriotas», y coincide con Fallaci en que el enfrentamiento inevitable entre Occidente y el Islam nos pilla, digamos, ‘desarmados’ moralmente. El no reconocer que con los musulmanes sólo cabe una lucha abierta con no se sabe qué objetivos, es «la mejor prueba de que mereceríamos perder».

Oriana es una patriota de Occidente, me di cuenta desde el primer momento. Y en esa posición parece que no cabe una actitud distinta a la que adopta: la del fanatismo. Porque, efectivamente, ese es el principal error del nuevo occidentalismo: sumirse en un integrismo occidental agresivo e intransigente, que es la peor forma de defender los valores que se pretenden. Y junto a la beligerancia con el enemigo exterior, se descubre un acendrado derrotismo capaz de transmitir esa acusación permanente contra los numerosos y variopintos enemigos interiores. Imaginarias amenazas al desastre intelectual de un Occidente que ella ve indefenso ante los ataques de los ‘bárbaros’. No podría existir otro peligro que se ajustara más a la escenografía épica que nos vende Fallaci que el del islam. Y tiene la coartada de la perversidad de todas las religiones para descargar sobre éste tan sólo una cosa: odio, bastante odio.

El escrito ‘ciberpunk’ nos recuerda la tesis central del panfleto: «…estamos en guerra. Con el Islam. Sí, con el Islam». Y la debilidad de este pensamiento exaltado no debería escapar a nadie: ¿qué guerra? ¿quiénes son los verdaderos oponentes en esta lucha? No caben guerras de religiones a estas alturas. Sería ridículo pensar que eso que llamamos ‘occidente’ está enfrentado a la cultura islámica: en la II GM no se combatía a la cultura alemana. Es cierto que la religión musulmana tiene un frente abierto, como todas las religiones, con la Razón. Pero el racionalismo no entiende de trincheras patrias: la lucha es individual. El peligro para los valores democráticos está en el fascismo, como siempre, que antes fue nazismo, y ahora se nos presenta en el islamismo, que no es la religión islámica, sino la ideología integrista patrocinada entre otros por el poder saudí y la secta del wahhabismo.

Ahí reside el tremendo error: la guerra no es contra el islam, sino dentro del islam. Los musulmanes tienen derecho a quitarse de encima las interpretaciones más fanáticas de sus creencias. El islamismo amenaza al islam, de la misma manera que en otras épocas la religión era usada como pretexto para las mayores atrocidades, aquí mismo, en nuestro querido Occidente. Oriana Fallaci da pábulo a la confusión: mezcla el fundamentalismo con el islam, y cuenta sus vivencias poniendo a los dos en el mismo saco. Como he leído por ahí, lo suyo no es rabia y orgullo, sino odio y soberbia.