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¿Todos con Schröder o todos contra Schröder?

Gana Schröder en Alemania, y en Europa. Estas elecciones afectan no sólo al mayor país de la UE, sino también a la política comunitaria, que siempre dependerá de cómo respiren en ese momento los alemanes. Ahora, por ejemplo, el impulso europeísta en pos de una Constitución para la Unión se verá reforzado con la continuidad del gobierno rojiverde en Berlín, con Fischer como principal promotor de la idea. Respecto a la inmigración, se constata la afortunada ausencia de peligros ultraderechistas y el escaso respaldo que recaba el discurso populista contra los extranjeros. Es señal de que los ciudadanos confían en sí mismos. Alemania tiene amplia tradición de sociedad abierta y parecen estar vacunados contra líderes ‘salvapatrias’. Mientras en Italia pretenden sacar los crucifijos para defender su civilización de los infieles, Alemania y Suecia deberían servir de aliento para los socialdemócratas que intentan contrarrestar la hasta ahora imparable ola neoconservadora.

No ha sido por tanto la inmigración, como en Francia, la clave electoral. Sí la política exterior, que ha decantado el voto de quienes dudaban cuál debería ser el papel de su país en el mundo. Y está claro: los alemanes no quieren ser aduladores acríticos de la política ‘made in USA’. Los americanos salvaron al continente del fantasma incubado en el mismo corazón de Europa, pero los agradecimientos no van a ser eternos. No pueden suponer la aceptación vergonzosa de que EEUU se construya un marco internacional de legalidad a su medida sin que los gobiernos europeos digan una sola palabra. La oposición al ataque a Irak ha aupado a Schröder de nuevo al poder, en un aura de pacifismo por parte de los electores. Y si tenemos en cuenta hacia dónde se decanta la opinión pública europea, casi se puede decir que la cancillería alemana está obligada moralmente a ejercer un liderazgo fiel a la esencia de una política común basada en los valores compartidos en la UE.

Una política que, como se está viendo venir desde hace tiempo, tendrá que separarse irremediablemente de las posiciones estadounidenses. La nueva doctrina Bush, según el documento «La nueva estrategia de seguridad nacional», pasa por institucionalizar el unilateralismo. Aceptarlo supone que nos carguemos los principios fundacionales de la ONU y la legalidad que ha amparado las relaciones entre los pueblos desde mediados del siglo XX. El concepto de «defensa preventiva» no es más que dar libertad a EEUU para actuar en cualquier punto del planeta. ¿Con qué objetivos? No se duda en priorizar los intereses nacionales, aunque se reviste también de «internacionalismo norteamericano» el supuesto papel de garante de los derechos humanos. Habrán de convencernos de que poder atacar a otro país ‘preventivamente’ contribuye a la paz mundial. Desde Berlín se intenta romper el seguidismo y, en vez de optar como hacen los maniqueos entre Bush o Sadam, bien haríamos apoyando en ese pulso a Schröder.