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Brasil: revolução democrática

Ganó Lula en Brasil, y todavía hay quien se sorprende. No hacía falta ser adivino: llega un momento en que la gente se cansa de más de lo mismo. Quedaba alguna duda antes de la primera vuelta. Y esa incertidumbre era lo único que justificaba los vaivenes en las bolsas previos a la elección. Sin embargo, el veredicto que se desprende de las urnas tiene la firmeza de las decisiones ilusionantes: los brasileños han optado por una inyección de optimismo hacia su futuro.

Mientras tanto, las comparsas del fatalismo se han dedicado a alentar los argumentos del golpismo financiero que ha intentado ese capital que fluye buscando los vientos favorables de las políticas neoliberales. Pero las llamadas al catastrofismo y las prevenciones mostradas desde el exterior no han hecho otra cosa que reafirmar el voto de muchos electores.

No hay razones para la alarma: nadie explica qué males va a traer este metalúrgico convertido en líder de masas. Sí, ya sabemos que es un «peligroso izquierdista». Pero analizando la realidad sin fobias sectarias se ve claro que Lula trae bajo el brazo lo que ese país necesitaba: confianza en su propio futuro. Brasil es una gran potencia económica, y si su grandeza demográfica y humana se lo permite, va a influir en el futuro mucho más que ahora. Su papel central en el proceso de desarrollo del continente hace que Brasil sea hoy quizás la primera escala electoral de una izquierda latinoamericana.

Luiz Inácio Lula da Silva va a ser un dirigente determinado a llevar adelante su proyecto propio, marcando distancias con las influencias externas de las instituciones (como el FMI) que han impuesto políticas neoliberales inspiradas por EEUU en toda la región. En esta misma línea, es factible que otros países opten también por un cambio.

El neoliberalismo ha dejado insatisfechos a una gran masa de ciudadanos. ¿Para qué dedicar tantos esfuerzos al crecimiento si la riqueza al final no se redistribuye? Brasil necesitaba que la brecha entre la élite rica y la masa de pobres dejara de ser considerada un factor fuera de las verdaderas prioridades.

La izquierda ofrece este compromiso con el país: llevar el impulso económico de toda la sociedad a cada uno de sus ciudadanos. Y ahora, y no a medio plazo, porque es algo factible posible. La derecha seguirá postergando ese objetivo de reducir la desigualdad a algún momento indefinido del futuro: «se conseguirá con el tiempo». Lula representa una apuesta muy concreta para que el crecimiento y la generación de riqueza en Brasil se produzcan con más igualdad. Millones de trabajadores y significativos sectores sociales y de las empresas del país le han dado su apoyo. Que sea para bien.