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El tinglado de la antigua farsa

La célebre frase «He aquí el tinglado de la antigua farsa» sirve de entradilla a la primera alocución de «Los intereses creados», la obra cumbre del Nobel español Jacinto Benavente. No sólo por sus méritos literarios debiera haber sido justificado este premio; la celebrada pieza teatral constituye una certera radiografía de los modos y actuaciones de las personas cuando están intereses de algún tipo en juego. El personaje Crispín continúa relatando en el prólogo de la obra: «A estos muñecos como a los humanos, muévenlos cordelillos groseros, que son los intereses, las pasioncillas, los engaños y todas las miserias de su condición: tiran unos de sus pies y los llevan a tristes andanzas; tiran otros de sus manos, que trabajan con pena, luchan con rabia, hurtan con astucia, matan con violencia».

La farsa trama sus propios misterios, y es objetivo de la Ciencia desenmascarar las motivaciones que a estos mortales mueven en cada acción que llevan a cabo. La Economía ha estudiado tradicionalmente el incentivo que el interés económico traslada a los comportamientos humanos. En otras palabras, había que hacer visibles los hilos que nos llevan a actuar de tal o cual manera. Pero como afirma también Benavente en palabras de Crispín, a veces hay hilos que bajan directos desde el cielo al corazón, algún tipo de sentimiento nos influye decisivamente y comprobamos que «no todo es farsa en la farsa». La racionalidad es un supuesto que no siempre se cumple, si trasladamos esta conclusión al campo científico. Llegados a este punto, descubrimos que la importancia de la psicología es capital. Siempre se ha dicho que conocer el funcionamiento de la mente es todo un mundo.

Dos investigadores hasta ahora desconocidos han recibido el Nobel de Economía este año: Daniel Kahneman y Vernon L. Smith. El primero de ellos ha dedicado parte de su trabajo a integrar conocimientos de la psicología en el análisis económico. Otorgar este galardón a Kahneman viene a respaldar el estudio del comportamiento económico de las personas, en el que este autor ha profundizado introduciendo elementos más complejos del ámbito de la psicología. Las limitaciones de las expectativas basadas en la racionalidad y el análisis de aspectos como el de los elementos comparativos son objeto de su estudio. En el análisis de decisiones, por ejemplo, se plantea que las personas juzgan las alternativas posibles con cierto sesgo y que no es posible que siempre actúen como seres perfectamente racionales.

A veces se es tan irracional como nos permite ese comportamiento tan humano radicado en la comparación: se toman decisiones en función de un cierto nivel que tomamos como referencia. En el ámbito financiero se constata cómo las reacciones de los agentes en una situación de incertidumbre pueden mostrar cierta aversión al riesgo cuando se trata de apostar por ganancias probables frente a unas seguras. Está claro que se prefiere el pájaro en mano que el ciento volando en ese caso. Y todo lo contrario cuando se está en situación de pérdidas y se asumen más riesgos, lo cual indica que muchos deciden por pura intuición, premisa que por su irracionalidad quedaba fuera de la teoría tradicional. No todos los hilos de la farsa tienen la misma naturaleza y la ciencia debe aspirar a desvelarlos partiendo de esa realidad.

Unir psicología y economía es un buen camino para lograr nuevos avances en estas materias. Hacer que la ‘fría y matemática’ ciencia económica no pierda su base como ciencia humana y social es siempre una tarea pendiente. Su potencial en la explicación de la realidad, la predicción de fenómenos futuros y la resolución de problemas se ve agrandado por la convergencia de las distintas ciencias sociales, evitando los compartimentos estancos que en ocasiones se pretenden para estas disciplinas. El mundo es una mezcla de economía, política, sociología, psicología, ética, historia, filosofía… de tal forma que quien aspire a estudiar una de ellas por separado olvidándose de lo demás está adoptando la misma actitud del burro que sólo mira al frente aceptando los limitadores de visión que les imponen. Pobreza intelectual, en definitiva.