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Turquía y el ‘club cristiano’

La victoria islamista en la últimas elecciones turcas ha precipitado una serie de debates interdependientes en torno al futuro de Europa. El Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), liderado en la sombra por Tayyip Erdogan a causa de una condena de inhabilitación política por recitar un poema sobre el ‘islam guerrero’, es considerado en algunos círculos un ‘lobo con piel de cordero’. Los islamistas ‘moderados’, a pesar de la contradicción en los términos, han modificado su discurso para alcanzar el poder, convirtiéndose en un partido conservador con encaje en el sistema político de la República fundada por Kemal Ataturk. El nuevo gobierno va a practicar el continuismo en gran parte de las políticas a aplicar: su orientación exterior, procurando mantener la cercanía con EEUU y apostando por la integración en Europa, es lo más destacable. Sin embargo, estamos ante un triunfo del integrismo religioso. La moderación en el mensaje y el proclamado respeto por el orden laico de Turquía son tranquilizadores.

Pero el movimiento islamista se ha podido apuntar un nuevo avance entre la población de los países musulmanes. Bastante llamativo es el detonante de este cambio de tendencia del electorado: los partidos tradicionales han fracasado en la traslación de la legitimidad democrática del sistema laico al hacer patente la fractura social entre una élite enriquecida por los réditos de la modernización y una gran masa de desfavorecidos por una crisis económica enquistada. La democracia y el mantenimiento del laicismo son conquistas irrenunciables, y a pesar de la inquietante garantía del orden kemalista que constituye el Ejército turco, los esfuerzos políticos parece que van a centrarse en promover el desarrollo del país, en consonancia con la promesa de los islamistas. La tarea de la oposición será mantener a raya los instintos represivos del partido religioso. Si la temida involución se transforma por contra en una exitosa fórmula de ‘democracia islámica’, habrá que seguir el ejemplo turco para comprender futuros avances democráticos en la modernización del Islam.

Los turcos han optado por ser una sociedad decididamente encaminada a un proceso modernizador y europeizante. No es que se quieran ver como europeos ante todo, sino que el modelo a seguir es el que el propio país se ha trazado en torno a un futuro integrado en la UE. En este sentido, es estéril la discusión sobre la conveniencia de considerar a Turquía o no como candidato a la ampliación: no se les puede cerrar las puertas. No son un país europeo corriente, pero su destino puede estar perfectamente en el papel de Estado periférico de la Unión. Las declaraciones de Valéry Giscard d’Estaing quizá reflejen un ánimo bastante generalizado, en un intento de romper con la Turquía de Erdogan y con todo el Islam, aunque no aciertan a negar la bondad de un proceso de integración en el que la sociedad turca se comprometa a seguir desarrollándose en democracia y garantías de prosperidad. Aun siendo poco factible en el futuro inmediato la adhesión por el incumplimiento de requisitos imprescindibles, la promesa de ser parte de la UE en el largo plazo es un incentivo necesario y valioso para Turquía.

Los conservadores del Partido Popular Europeo están pidiendo la inclusión de una referencia en la futura Constitución Europea a la ‘herencia religiosa’ que ha dado lugar a los valores comunes compartidos, como la dignidad humana y la libertad. Error: ya empezamos metiendo la religión donde no procede. Además, la propuesta se enmarca en la petición que ya el Papa hizo para el reconocimiento de la tradición cristiana en la UE. Doble error: el carácter excluyente que tendría una alusión de este tipo en la Constitución no se le escapa a nadie. Turquía es el ejemplo de que un país con mayoría islámica, respetando escrupulosamente la democracia y el laicismo, podría ser miembro de la Unión. Por añadidura, muchos musulmanes, ateos o creyentes de confesiones no cristianas son tan europeos como cualquier otro. El apoyo al carácter laico de los Estados es definitivamente mayoritario, lo cual muestra el poco éxito que la propuesta cristiana tendrá probablemente. Pero es un síntoma más, sin duda, de la ‘marea retro’ que vivimos.