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Por un final digno

Últimamente recurro mucho a Al, como si necesitara alimentar la imaginación con su literatura en prensa para neutralizar un extraño ánimo que aflora de vez en vez en algunas de estas posdatas, entre cansino y pretencioso, y que ahora con el frío de enero me incita a hablar de la muerte. Nos cuenta Alvite que en el Savoy se puede encontrar a «esa clase de hombre para quien la muerte no es más que una mala postura con la que matar el rato». ¡Dios santo! Por qué será que no estamos todos hechos de la misma madera: asumir como especie un único sentido de la vida, nos proporcionaría esa visión lúcida de la muerte como un día malo que nos viene para rematar lo que fue un bonito trayecto. Porque la vida está para vivirla, que para dormirla hay siglos como decía Esperanza la del Maera, esa trianera pura. Los humanos funcionamos con motores de optimismo vital que utilizan de combustible el imprescindible pesimismo.

Sería trágico que anduviéramos despreciando el valor que cada segundo de vida tiene para al final lamentar que la película de nuestra vida no tiene un ‘happy end’. Como si no tuviera mérito tejer una ópera prima con tan buenas escenas, con la improvisación como filosofía de rodaje, y con ese desenlace tan previsible en el momento más inoportuno. O más oportuno, según los casos, cuando la vida deja de llamarse vida. Acabamos de leer noticias de un hombre que acudió a Suiza para tomar las riendas de su enfermedad, como hace unos meses conocimos el caso de la parapléjica británica Diane Pretty, que falleció sin conseguir que su existencia en silla de ruedas, alimentándose a través de un tubo y padeciendo tremendos dolores se terminara según sus deseos con la ayuda de su marido. Leyes que condenarían a la cárcel a éste, y moralistas fanáticos que lo enviarían al infierno, se lo impidieron. Aún una sociedad avanzada como esta sigue sin entender que una muerte digna pasa por elegir cómo y dónde morir.

[Como con cada historia parecida, la noticia ha ocupado su hueco en los medios. Genera debate, con una mayoría favorable en la opinión pública, aunque quizá poco decidida: hay dudas. La eutanasia es un tema comprometido para los legisladores. En España tuvo amplia repercusión el caso de Ramón Sampedro en 1998. Diane Pretty batalló en los tribunales europeos por su derecho a morir sin éxito. «Reginald Crew, un tetrapléjico de 74 años que llevaba cuatro en una silla de ruedas con una enfermedad incurable falleció ayer en Suiza gracias a un suicidio asistido practicado por un médico de ese país». «El suicidio asistido continúa siendo ilegal en el Reino Unido (…) El Código Penal suizo es ambiguo, pero la práctica de ayudar a morir a un enfermo terminal está generalmente considerada como un “acto humano” e irreprochable». «Bélgica es el único Estado de Europa donde la eutanasia se considera legal» (La Vanguardia, 21/1/2003)]