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No War: Not In Our Name

El vector de respuesta de la sociedad a la política de Bush y sus aliados ‘halcones’ ha trazado una dirección nítida e inequívoca con las manifestaciones del 15 de febrero de 2003, día histórico que probablemente sea recordado como el primer paso firme de una ciudadanía global capaz de movilizarse simultáneamente en todo el mundo por una misma causa. Se globaliza la protesta, y se apunta un tanto al aprovechar internet y los nuevos sistemas de información para difundir las adhesiones al ‘no a la guerra’ y contrarrestar el tradicional uso propagandístico que el poder hace de la tecnología para dirigir a la opinión pública. Los habitantes del planeta hemos alzado una pancarta en este momento crucial con la convicción de que la paz se construye también mediante una reorganización de la sociedad civil global comprometida con un orden mundial más justo y libre. Ha sido, principalmente, la gran manifestación de quienes no se resignan a ser meros espectadores de CNN Internacional y quieren ejercer de ciudadanos.

Desde fosilizadas mentes posmodernas se intentará descalificar el simbolismo de los millones de personas en la calle con la idea de que esas ‘viejas formas de lucha’ son arcaicas en la era de la comunicación. No comprenden que el progreso nos lleva a jugar en los dos campos: en los espacios virtuales de los medios y las redes, y en el contacto real con el mismo aire que respiran los políticos para poder decirles a la cara «no en nuestro nombre». La ineptitud de los voceros más obtusos a la hora de despreciar la que ellos llaman ‘oposición de pancarta’ ha convertido el cabreo de la gente con este gobierno seguidista en un auténtico clamor, como subraya inequívocamente toda la prensa. «Hay que escuchar a los ciudadanos» es la conclusión obvia que saca hasta el menos avisado de los analistas, pero un núcleo duro de aficionados al soliloquio belicista, desde Aznar hasta más de una tertulia radiofónica, se resistirá a reconocer la rotundidad del rechazo a esta guerra inmoral y a sus indecentes legitimadores.

La prepotencia del gobierno de Bush ha impulsado la respuesta sincera de unos ciudadanos, también en su propio país, que necesitaban hacer de la «mayor protesta masiva de la historia» un alegato por la paz en un momento culmen de ensimismamiento de los dirigentes del mundo. El ‘no a la guerra’ es una llamada de atención para que no cometan disparates en nombre de la ‘responsabilidad’ y el ‘interés general’. Y es una denuncia del abuso perpetrado contra la capacidad de decisión del pueblo al que representan. Como ha asegurado Lluís Foix antes de la movilización mundial: «No será la izquierda o la derecha la que salga a la calle, sino una conciencia colectiva que simplemente quiere expresar su protesta ante lo que considera un monopolio de la verdad por parte de quienes sólo disponen de la fuerza». El ejercicio arrogante del poder por parte de los gobiernos democráticos no puede dejar a la gente indiferente. Debe reaccionar para, al menos, protegerse de la concepción maniquea de la realidad y de los discursos vacuos de los líderes mesiánicos.