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Varios frentes abiertos: democracia, paz e incierto futuro

En estos momentos de crisis, tres vectores de la realidad atraviesan el debate en torno al ataque del Gobierno de Bush a Irak. Los gobiernos tienen que decidir sobre una acción de la llamada ‘alta política’, y las cuestiones que cabe plantearse deben responder a: la fidelidad de la actuación de los estados respecto de los deseos de los ciudadanos y el interés general, las bases de la estrategia de oposición de la sociedad civil a los proyectos belicistas de los gobernantes, y el lugar que ocupa la necesidad de extensión de la democracia en el mundo en los planes de las naciones libres.

Representación del pueblo. Los gobiernos occidentales están enfrentándose a una demanda imperativa de una mayoría de ciudadanos de ‘paz’: ésta significa, básicamente, no comprometer un futuro, en el que los convulsiones mundiales pueden ser superadas, con aventuras bélicas que no atiendan al común sentido de la justicia en esta sociedad occidental -por no añadir también la percepción de los habitantes de los países árabes. A pesar de la ofensiva, de enormes proporciones, contra la opinión pública para decantar el apoyo a favor mediante el fantasma de la inseguridad y la amenaza, una gran parte de quienes se posicionan frente a sus gobiernos son firmes en sostener su opinión sobre esta guerra y en recordar que el poder político es de los ciudadanos. La gravedad de esta fisura entre gobernantes y gente de a pie está contenida en las palabras de Baltasar Garzón, compartidas por muchos: «No me siento representado ni por los postulados que inspiran esta atrocidad, ni por las instancias políticas que la autoricen, ni por mi Gobierno, ni por ninguna otra institución que la apoye. Por ello apostato de quienes dirigen un Estado que no es capaz de contener una locura como la que estamos viviendo».

Pacifismo. El ‘no a la guerra’ es una consigna, poderosa arma de la comunicación para concentrar en una frase una necesaria protesta airada frente a la imposición de la ira colectiva de las conflagraciones entre países. Pero es un simplismo que nos lleva a la abdicación intelectual del análisis concreto: no todas las guerras deben ser respondidas con un ‘no’, y tampoco tiene sentido el rechazo ‘evidente’ de lo que es en sí un desastre -la guerra- cuando las complejidades de cada situación nos podrían llevar al uso de la guerra para causas justas. El pacifismo tiene en la negación categórica de la ‘necesidad’ o inevitabilidad de las guerras una importante debilidad. La historia ha demostrado la existencia de situaciones límite en que la única defensa posible pasa por empuñar las armas. Los conflictos bélicos deben someterse a unos requisitos racionales que juzguen si son éticamente admisibles, como el patrón de ‘guerra justa’ de Walzer. A la legítima defensa ante un ataque cierto, no cabe aplicar principios pacifistas. Sin embargo, el ataque preventivo es un artificio que los Estados pueden construir para ‘justificar’ una guerra que, para el juicio ético mayoritario, es injusta, ilegítima e ilegal.

Futuro del pueblo iraquí. La iniciativa del Gobierno de EEUU puede ser enmarcada en una defensa, con discurso mesiánico adosado, de la democratización de los países árabes. Las asimetrías que emergen al comparar el papel de Washington en la historia de otros países, la normalización de relaciones con otras dictaduras y la muy dudosa legitimidad de este nuevo belicismo justiciero a la hora de derrocar a tiranos, son elementos que lastran cualquier visión arcangélica de la Administración estadounidense como democratizador global. Las intenciones confesadas ni siquiera apuntan hacia la urgencia de quitar a Saddam Hussein del poder interno -¿por qué ahora y no durante los pasados doce años?- sino a la amenaza exterior que éste supone. De la guerra podríamos obtener un Irak libre, pero también una fuente de divisiones territoriales y nuevos sometimientos. Sobre todo, cuando los planes benefactores hacia una población que sufrirá los ‘daños colaterales’ humanos del fin del dictador -que todos los iraquíes firmarían, como dicen quienes han escapado del régimen-, relegan a ésta a un rol secundario. Se pregunta el experto Fawaz A. Gerges: «¿Cómo es posible que Estados Unidos democratice Irak sin que los responsables del proceso democratizador sean los propios iraquíes?».