Saltar al contenido

Un partido global con un único jugador

Tras el barullo diplomático vivido las últimas semanas y el consiguiente fracaso cosechado por el tridente belicista Bush-Blair-Aznar, parece que definitivamente se va a lanzar el ataque de invasión de Irak sin tener en cuenta al Consejo de Seguridad. Ya saldrá alguien para convencernos a todos de que con la aprobación de la 1.441 se daba respaldo por parte de Naciones Unidas a los planes de Washington. Siendo esto falso, como absolutamente infundada es la comparación con la intervención en Kosovo en 1999. Se viene arguyendo también, para hacer comprensible a la supuesta ‘jauría antiamericana’ (sic) que copa toda la atención estos días el porqué de esta guerra, que la principal razón de la política estadounidense no reside en el petróleo o en la geoestrategia, no, sino en la amenaza que supone el régimen de Saddam Hussein en las nuevas ‘circunstancias’ surgidas tras el 11-S. Tal y como viene sosteniendo la Casa Blanca, sin convencer a casi nadie de la inminencia de ese riesgo. Porque el argumento de la seguridad de EEUU convence internamente a una población atemorizada por las continuas advertencias de las autoridades, pero no en el exterior.

Se dice que hay que ‘comprender correctamente’ el significado profundo del panorama en que se ha visto inmerso ese país tras los atentados del 11-S. La mayoría de la gente de fuera de EEUU, sin embargo, está convencida de que la seguridad no puede justificar cualquier tipo de política. Y es que la prevención ante la defensa al modo ‘imperial’ de los intereses americanos allí donde haga falta está plenamente respaldada por los hechos. Me entero a través de la recomendación del artículo de George Monbiot en The Guardian, «Una ceguera obstinada», de la existencia de un ‘think tank’ neoconservador llamado The Project for the New American Century que, como su nombre indica, está destinado a formular una estrategia que instaure una ‘pax americana global’. Una declaración de principios firmada por los miembros de este grupo de presión en 1997 -entre los cuáles están Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Jeb Bush, Paul Wolfowitz y otros altos cargos actuales de la Administración Bush- afirmaba que el desafío clave para los EEUU es «dar forma a un nuevo siglo favorable a los principios e intereses americanos». Los mecanismos: un «ejército fuerte» y una «política exterior sin tapujos».

Mantener ante todo «la preponderancia americana global», como defienden estos ideólogos, requiere un discurso legitimatorio de la labor de ejecución de esta estrategia por parte del Gobierno estadounidense. Gobierno al que algunos de ellos han accedido -Rumsfeld, Cheney- para ejercer el papel de halcones y ceder al presidente Bush la justificatoria retórica redentorista de la ‘democracia en el mundo’. Un informe del Project del año 2000 ya explicitaba la necesidad de un plan para eliminar el régimen de Saddam: la presencia militar en la zona es el objetivo cuya primera escala supondría la intervención en Irak. ¿Qué tiene entonces que ver todo esto con el 11 de septiembre? Puro pretexto para encajar la operación en las acciones de la ONU, con sucesivas razones encadenadas (armas nucleares, conexión con Al Qaeda) que no han podido ser demostradas. Otro escrito de Wolfowitz insta a EEUU a evitar que otras naciones «intenten retar nuestro liderazgo», de tal manera que la escalada belicosa actúa como aldabonazo hegemónico contra quienes aspiren a ejercer, cuanto menos, de ‘contrapeso global’. Cuando esta estrategia pone a Europa como una ‘región clave de defensa’ más, está claro qué puerta quieren cerrar a la UE.

La Unión Europea tiene la capacidad de formar un núcleo político de estados que ejerzan un mismo papel en el mundo. Ese es el sueño de los fundadores de la idea europea desde mediados del siglo XX. Ahora, y en momentos cruciales como este, no deberíamos traicionar ese espíritu. En un estupendo artículo de Ulrich Beck, el análisis de la nueva visión de los Estados nación en la construcción europea va unido a un brillante alegato europeísta: «Una Europa renovada cosmopolitamente puede y debe, como actor en el escenario político global, adquirir y acentuar su perfil como rival de los Estados Unidos globales. El lema para el futuro podría ser: ¡Apártate EE UU… Europa vuelve!». Si no es desde el principio de una competencia leal entre las dos orillas del atlántico, no podrá haber un ejercicio de Europa como la potencia mundial que es. Y para ello debe haber una defensa radical de la visión propia europea del orden mundial. Lo deja claro Beck: «El ingenuo destello militar en los juveniles ojos de los bolcheviques neoconservadores estadounidenses necesita el contrapeso de una voz opositora europea. Una Europa cosmopolita puede y debe contribuir a una situación en la que las relaciones internacionales ya no estén militarizadas y los tratados e instituciones internacionales no se arrojen al cubo de la basura de la guerra fría».