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El virus global

La enfermedad es el paradigma de la lucha del ser humano contra la madre naturaleza, que siempre ha pretendido controlar para ser autónomo de ella. Por eso mismo se han interpretado ancestralmente las epidemias como castigos divinos, o como reacción ante la agresiva existencia de los depredadores máximos en que nos hemos convertido. Pero en la neumonía atípica que tanto preocupa estos días hay algo mucho más sencillo: el azar abofetea cualquier seguridad que pudiéramos tener en nuestra previsión sanitaria. Mal que bien, teníamos confianza en la ciencia para que nos librara de estos males, de tal modo que socialmente se desplazaba el problema al terreno económico: pobres y ricos en términos de salud pública dibujan un mapa muy parecido al ya asumido de la geografía del subdesarrollo. Pero ahora hemos descubierto fatalmente el primer ‘virus global’ que, además de desconocido, está llamado a extender una enfermedad respiratoria sin entender de fronteras: nace en una región de China y aterriza en un país tan desarrollado como Canadá provocando el miedo. A la incertidumbre lógica que provoca el misterioso bichito de la familia de los coronavirus, se le suma la inseguridad de la proximidad: ¡que nos puede llegar a nosotros!

La globalización de este riesgo que atemoriza a medio mundo es fruto de los avances en el transporte y la intercomunicación global: en cuestión de horas, a través de un par de viajes en avión, se expande la epidemia del Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SRAS). La respuesta ha sido positiva en cualquier caso: la colaboración entre especialistas de varios países, la investigación y la información proporcionada por la OMS. En cambio, los errores imperdonables de las autoridades chinas denotan esa falta de transparencia que está llamada a ser obstáculo para el desarrollo en la era global. Sin embargo, ni las más pesimistas expectativas en torno a esta plaga que se extiende por el planeta son comparables con la incidencia de otras enfermedades infecciosas en la actualidad. No creo que en África preocupe más el SRAS que las gravísimas secuelas que el sida está dejando en generaciones enteras. Por no hablar del peligro que sufre gran parte de la población ante la extensión de la malaria o la tuberculosis. Ahora descubrimos que la interdependencia mundial nos acerca a los focos de nuevas enfermedades al convertirnos a todos sin excepción en habitantes de la misma aldea, pero no estaría de más recordar que el resto de males también nos incumben, en tanto los padecen personas que respiran este mismo aire que nos rodea.