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Fidel Castro y la izquierda

Asistimos a un nuevo episodio de la infamia perpetrada en nombre de la ideología. Que una idea, una utopía, el socialismo, lo que sea, sirva de excusa para la muerte es sencillamente repugnante. No es la primera vez, claro. Pero de vez en cuando hay que reorientar la brújula para no perder el rumbo, ese que tantos políticos democráticos han extraviado al entregarse al mesianismo de unos locos de Washington. Ahora estamos hablando de algo parecido: un personaje siniestro que, emborrachado de poder, no sabe hacer otra cosa más que mantener su guerra particular. Lo grave: su lucha es definitivamente contra su propio pueblo. Sus instrumentos: el fusilamiento ‘preventivo’; cualquiera que ansíe la libertad en un lugar como Cuba no puede ser considerado más que ‘terrorista’. ¿Y dónde está la excusa? En el exterior, desplazando la responsabilidad como en tantas otras ocasiones. El enemigo es el imperialismo yanqui: lo mismo cuando se denuncia la injusticia -cierta- del embargo estadounidense, que cuando se maquinan en un delirio indecente todo tipo de justificaciones de la atrocidad de la pena de muerte. Puesto que combatir a ese ‘neofascismo’ imaginario que, dicen, reside en todo crítico con el castrismo es una tarea demasiado elevada como para procurar al mismo tiempo respeto por los más elementales derechos humanos.

Recordemos el único objeto de esta tragedia: el régimen del ‘camarada’ Fidel ha ejecutado a tres cubanos, en un contexto de represión masiva, junto al arresto de 75 disidentes juzgados y condenados por actividades que muchos de los que justifican estas acciones contra la oposición interna y la libre expresión política realizan en sus países con absoluta libertad. Siempre me ha parecido la condena verbal de cualquier hecho condenable de una manera tan evidente un ejercicio retórico innecesario. Vemos ahora cómo algunos, sobre todo políticos o cruzados de todo pelaje aficionados a cargar contra la izquierda, achacan a ésta el ‘amparar’ las dictaduras que le son afines por no condenar, con firmeza, el totalitarismo de regímenes nacidos de revoluciones e ideales con los que siempre ha simpatizado. No estoy conforme con esa generalización; es detestable que se instrumentalice la represión en Cuba para señalar con el dedo a una izquierda pretendidamente entregada por completo al castrismo con el único objetivo de emponzoñar el debate político. Sin embargo, no hay que negar que la doblez moral está instalada en cierta parte de la izquierda a la hora de valorar las situaciones de los países en función del signo del régimen de turno. Ya digo: adornar el discurso con explicaciones sobre el ‘contexto’ es la vía para la justificación indigna de estos hechos.

En la izquierda no debería haber más resquicios, como ha escrito el diputado de IU Luis Carlos Rejón, para practicar ese doble juego, intentado suavizar lo que no tiene justificación alguna y que provoca tanto estupor a la ciudadanía en general. Y sobre todo a los izquierdistas que siempre podrán ver manchada su ética, sus principios, su renuncia a creer que haya víctimas de segunda, por las declaraciones de algún botarate que aún busque la impunidad de los disparates de Castro mediante el silencio de la izquierda. Porque la idea de ésta que los más dogmáticos tienen en la cabeza coincide con ese fantasma que tanto airean sus detractores. Pero esta vez, me da la impresión, la respuesta ha sido contundente. Pocos se explican a estas alturas qué tiene que ver el socialismo con un estado policial, con un entramado represor de cualquier signo de disidencia, con una camarilla dictatorial que desde hace décadas gobierna un país con millón y medio de sus ciudadanos viviendo en el exterior. Este sector ideológico tan plural al que, por una simpatía en su momento hacia la revolución cubana, se le tacha de castrista; eso que llamamos la ‘izquierda’, en definitiva, ha albergado en sus filas a lo largo del tiempo de todo: desde los cómplices de las mayores atrocidades cometidas en su nombre, hasta quienes con más energía han denunciado los usos perversos de las ideologías.

Como uno tiene la convicción de que, en la izquierda, o hay autocrítica o se está pervirtiendo su razón de ser, no acepto la simpleza argumental que trata de desacreditar a toda ella con el espantajo, en este caso, de Castro. Porque no me cabe en la cabeza que las reflexiones basadas en los principios más indiscutibles -la democracia, la libertad para disentir- en torno a todo cuanto acontece en el mundo, sean síntomas, o bien de ‘traición’ -de estar vendido a la derecha-, o bien de ‘capitulación’ en la defensa de cualquier otra causa progresista. Imagino que habrá zoquetes que aún no entiendan este extremo: se puede seguir siendo de izquierdas y criticar a la vez la impresentable dictadura cubana. El rechazo a la brutal represión de este último mes ha sido casi unánime en Europa. Quizá haya un elemento implacable en este proceso que ojalá termine dejando solo al gobierno de Castro, sin apoyo exterior, ni siquiera la anuencia de destacados intelectuales que ahora se apartan del mito: el elemento generacional. Conforme pasa el tiempo, la defensa de ese fundamentalismo en el poder que resiste ante al enemigo yanqui se hace más insostenible para quienes no vivieron los 60. Antes que hundirse en la vergüenza que estos reductos dictatoriales producen a cualquier demócrata, la izquierda que mira hacia el futuro los rechaza con decisión. Porque, a estas alturas, no hay necesidad de confundirse con esa otra izquierda, la de Fidel Castro y sus amigos.