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Balance tras las elecciones

La relatividad que se aplica al análisis posterior al domingo de elecciones da resultados insospechados. Todo depende del referente -arbitrario- que elijamos para la comparación: ahora no hace más que hablarse de las ‘expectativas’, y tal es el vuelco que las urnas parecen haber dado a «lo que todo el mundo esperaba» que el ánimo y la valoración vienen siendo estos días los contrarios a los que el resultado matemático indicaba. La opinión general, desde luego, está atendiendo más que a lo que declaran los portavoces de los partidos -los inefables Arenas y Blanco- a la cara que ponen unos y otros; así, el PP no ha estado tan mal, y es por ello que ponen cara de «no hemos ganado, pero gracias a que Ánsar los tiene ‘bien puestos’ nos hemos salvado del desastre», y el PSOE no ha mejorado lo previsto, de manera que en el rostro se les nota ese ánimo de «hemos ganado pero no estamos para tirar cohetes». El factor simbólico relega, además, la victoria en número de votos a un segundo plano frente a la exhibición de trofeos, y ahí el Partido Popular puede presumir de que mantiene la mayor parte de su poder territorial. El juego de las comparaciones siempre es tramposo, porque con la perspectiva de los resultados de 1999 los socialistas se podrían sentir frustrados, aunque en aquella ocasión no les fue nada mal. Pero si miran el batacazo del año siguiente, podrían celebrar perfectamente la remontada de 11 puntos que les permite estar por delante del PP.

A pesar de todo lo que se decía, sabíamos que en cada municipio primaba la elección del alcalde con criterios locales por encima de factores generales. El plebiscito que Aznar quería no le ha servido en bandeja un respaldo pleno: bien al contrario, ha dejado a su partido -en el momento de la traumática ‘sucesión’- una derrota en el cómputo general de votos que no sufría el PP desde hacía 10 años. Y si mal estaba la oposición tras las generales de 2000 en que fue barrida por la mayoría absoluta, tampoco ahora debe fustigarse por no alcanzar esas famosas ‘expectativas’ previas, cegadas por la euforia. Es indudable, por ejemplo, que los socialistas han revitalizado el apoyo a su partido en casi todo el país. No les han llovido «votos de la guerra», como quizá sí ha aprovechado Izquierda Unida para evitar la caída libre en que estaba, pero de alguna manera han relanzado la ‘marca’ electoral, algo en lo que el centro-derecha les lleva ventaja desde que la imagen PP caló en la sociedad a mediados de los 90. De ahí viene esa fidelidad que ahora resulta llamativa: el PP ha movilizado a su electorado; y en los momentos difíciles es cuando menos le falla, como le ocurrió a Felipe González en el 93. La principal conclusión, para no olvidar: los dos grandes bloques del bipartidismo tienen bases muy sólidas, que garantizan a ambos partidos un suelo electoral sustancialmente elevado incluso cuando es previsible un retroceso coyuntural a modo de castigo.

Dice Aznar, el mismo que ya nada se juega en las urnas, que Zapatero ha sido el gran perdedor. Suena raro ese triunfalismo en el PP, ¿tanto lo necesitaban? Dígase lo que se diga, el líder del PSOE ha ganado en varios frentes: se consolida internamente en el partido, cosecha una victoria por votos y lanza su imagen como candidato para el 2004. El éxito es haberle dado un cambio a la tendencia, después de la sangría de votos vivida desde que están fuera de La Moncloa. Y para optar a las generales, lo que no necesitaban en el PSOE era una excesiva euforia: les vendrá mejor una recuperación lenta del electorado. Porque si Zapatero quiere ganar tendrá que presentar su propio proyecto, y aún tiene tiempo. Ejerciendo una crítica simple al Gobierno no va a ganar más votos de los que ya tiene. Necesita generar confianza entre todos sus potenciales votantes y un renovado proyecto de alternativa al PP. El PSOE demuestra tener posibilidades de ganar, y ahora tendrán que trabajar en serio para ello. En el PP, por otro lado, se equivocarán si ven en los resultados un refrendo del belicismo y el autismo del poder; no hay castigo, pero tampoco premio. Como siguen con la cantinela de la oposición ‘radikal’, es más que probable que subestimen una posible estrategia de Zapatero que consiste en ganar primero votos por la izquierda e ir después por los del centro. A lo mejor es el ‘radicalismo’ del PP el que deja de convencer de aquí a un año. ¿Sabrán sacar los políticos conclusiones inteligentes de los resultados de las urnas?