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El espacio de la convivencia

Se ha hecho público el informe de este año del Defensor del Pueblo, que además de desmentirnos que esa figura sea -como tememos, en ocasiones- un mero adorno institucional, ha descrito varios fenómenos ya conocidos pero que merecen más atención. Lo más llamativo del estudio realizado sobre la educación en España es que, mientras un tercio de los escolares de primaria tienen buena opinión de los inmigrantes, ronda el 36% el porcentaje de alumnos que los rechaza. Cuando la escuela no puede o no le dejan instruir en los valores de la convivencia, son los entornos familiar y social los que trasladan su visión del mundo a los niños; no es sorprendente, por otro lado, que el rechazo que refleja la encuesta se reduzca considerablemente cuando se trata de compañeros de clase. El problema está en que ese niño extranjero de la clase no es el ‘inmigrante’ al que se le ponen reparos porque el ‘otro’ que es rechazado es justamente alguien con quien no se puede convivir. Un contrasentido. Se crean constantemente arquetipos del ‘inmigrante’ que sólo pretenden etiquetar a esa parte de la población que vive en esta sociedad, lo cual proporciona el resultado paradójico que cada vez es más patente: hay un rechazo social a la inmigración, genérico, que cala en algunos sectores, pero cada vez es más insostenible repudiar la convivencia real que ya existe entre ‘los de fuera’ y los ‘autóctonos’.

En el estudio realizado sobre la escolarización de hijos de inmigrantes por el Defensor del Pueblo y UNICEF, se alerta de la excesiva concentración de éstos en los colegios públicos. Un 80% está matriculado en la red estatal, frente a un 20% en los colegios privados concertados. Se hace necesaria una redistribución, si a esto añadimos que los centros que se catalogan como de ‘entorno socioeconómico bajo’ son los que acogen mayor proporción de inmigrantes en las aulas. Todo el sistema educativo financiado con dinero público debe contribuir por igual a la integración escolar de la inmigración y a evitar la formación de ‘guetos’. A pesar de las visiones distorsionadas del fenómeno, sólo el 2,22% de los alumnos son de familias inmigrantes. Una adecuada atención a este sector, con las habituales dificultades de idioma y de escaso nivel educativo previo, debería de servir para eliminar la posibilidad de conflictos en los colegios. Para ello se necesita un esfuerzo público en favor de la igualdad de todos: nada mejor que seguir las recomendaciones que hacen los expertos. Sólo así se deja sin argumentos a la estúpida prevención de quienes querrían ver en la inmigración una fuente continua de problemas. Favoreciendo una escuela que convive con la diversidad sin etiquetas. Ese modelo que nos refleja la realidad de unas escuelas concertadas que evitan al ‘extranjero’ es el ejemplo a no seguir.

[El antropólogo Manuel Delgado desmenuza en un artículo los conceptos relacionados con el anonimato y la ciudadanía: «Este es el acto primordial del racismo de nuestros días: negarle a ciertas personas calificadas de «diferentes» la posibilidad de pasar desapercibidas, escamotearles el derecho a no dar explicaciones, obligarles a exhibir lo que los demás podemos mantener oculto. (…) Obligándole a subirse sobre una especie de pedestal, desde el que es obligado a pasarse el tiempo informando sobre su identidad, los llamados «inmigrantes», «extranjeros» o «étnicos» hacen inviable el ejercicio del anonimato, ese recurso básico del que se deriva el ejercicio de los fundamentos mismos de la democracia y la modernidad, que no son otros que la civilidad, el civismo y la ciudadanía. Estos ejes de la convivencia democrática que se aplican a individuos que no han de justificar idiosincrasias ni orígenes especiales para recibir el beneficio de la reducción -o la elevación, si se prefiere- a la nada identitaria básica: aquella que hace de cada cual un ser humano, lo que debería ser idéntico a un ciudadano, con todos los derechos y obligaciones consecuentes. Con esta factibilidad de convertirse sencillamente en transeúnte, persona de la calle que no ha de dar explicaciones de nada, es el requisito para cualquier forma de integración social verdadera].