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El futuro de Europa en manos de la Convención

Desde hace ya más de un año están trabajando, los miembros designados por las diferentes instituciones comunitarias y nacionales con Valéry Giscard d’Estaing al frente, en el documento que marcará la arquitectura política de Europa. La Convención encargada de tal misión ya ha proporcionado a la Unión Europea un borrador de Constitución que estos días se está debatiendo. Será la norma que, por encima de las constituciones nacionales, pondrá orden a la institución que une a los europeos: con su aprobación se proporciona personalidad jurídica a la UE, se refuerza el sistema institucional que deberá funcionar en esa Unión ampliada a 25 miembros -con 450 millones de europeos- y se potencia el núcleo político del proyecto europeísta. Hay, verdaderamente, cuestiones que satisfacen el necesario impulso a la efectiva unión de Europa: se añade a la Constitución la Carta de Derechos Fundamentales con carácter vinculante, se funden los tratados anteriores y la legislación vigente en una misma norma que incluirá como novedad el marco jurídico sin fronteras interiores, se aumenta el poder del Parlamento y se amplía el ámbito de decisiones que el Consejo tomará por mayoría cualificada, aunque aún sobre 16 materias podrán ejercer el veto. Se busca un funcionamiento más eficaz que, eventualmente, nos lleve en este proceso a una estructura federal para Europa.

Sin embargo, sigue siendo difícil avanzar por la senda federalista cuando aún muchos querrían atascar la integración con las clásicas reticencias a las cesiones de soberanía. El procedimiento intergubernamental se hace más obsoleto conforme se consolidan los revolucionarios logros conseguidos en materia comercial, monetaria o agrícola. Los reparos a la supranacionalidad plena irán desapareciendo, también en los poco entusiastas países del Este, con el adecuado ritmo de integración que implica que, tras haber negociado con la parsimonia diplomática las más diversas materias, los avances se producen cuando ya su necesidad es evidente. Es de esperar que aspectos como la fiscalidad, el modelo social europeo o la reforma de la PAC se vean contagiados por esos imprescindibles pasos hacia adelante que la UE está obligada a dar. En materia de seguridad y defensa, también, en la medida en que los ciudadanos demanden esa voz exterior única: los gobiernos nacionales tienen que dejar de estorbar para que las distintas ‘visiones’ que ahora se tienen del papel de Europa en el mundo cuajen en un liderazgo coherente con la opinión de los ciudadanos. En ese sentido, se teme que esa innovación del Presidente -¿por qué no elegido por sufragio directo?- y el Ministro de Exteriores sea una fallida contribución que aumente el barullo político. La Constitución peca de falta de ambición, aunque debe ser vista como la primera piedra de un nuevo proceso.

Los europeos deberíamos lograr una implicación total con estos movimientos políticos que, por desgracia, en ocasiones son vistos como ejercicios de alta política dirigidos por burócratas. El mayor contenido político de la construcción europea, por contra, no llegará hasta que los ciudadanos le presten la atención que los asuntos prioritarios que en él convergen merecen. Está siendo patente el desinterés de los medios de comunicación por tratar las noticias relacionadas con la Constitución Europea: quizá cuando, si procede, debamos aprobarla la mayor parte de la población habrá estado desconectada de lo que se cuece en la UE. Desde luego que muchos aspectos de la negociación que ha dado lugar a este texto -muy técnico y farragoso- no entusiasman a nadie, pero las líneas generales de lo que queramos hacer con Europa deberían ocupar más espacio del debate político del que ahora ocupan. Es llamativo, en ese sentido, que una polémica estéril sobre la inclusión en el preámbulo de la Constitución de una referencia a las ‘raíces cristianas’ haya tenido más recorrido que el debate de otras materias. Es incomprensible volver a los anclajes religiosos del poder político, con los esfuerzos de algunos sectores auspiciados por el Papa que han terminado dejándonos una redacción anodina a partir de remiendos en el encabezado del tratado constitucional. Juan Urrutia explica en Por una Europa laica las implicaciones de la independencia de la espiritualidad del poder con meridiana claridad.