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El déficit público y la pureza presupuestaria

Una vez se instauró el euro como moneda única de los países que formamos parte de la eurozona, tras cumplir fatigosamente los dichosos criterios de convergencia, la política económica de cada gobierno de la UE debía seguir comprometida con tales criterios si no se quería llevar al traste la difícil unificación. Al estar la política monetaria en manos del BCE, la atención se fijaba en la política presupuestaria; así, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) garantizaba que los países mantendrían el compromiso de reducción del déficit público. Firmado por los países que han adoptado el euro, el PEC implica que las medidas fiscales de los gobiernos estarán orientadas a unas finanzas públicas sanas en el medio plazo, con el objetivo del ‘déficit cero’ llamado a coronar una estabilidad macroeconómica que consolide la moneda europea. La ortodoxia no ciega del todo, y se les permitía a los países cierto déficit en el corto plazo, pero nunca superior al 3% del PIB. Es conocido que ya el año pasado se evidenció la imposibilidad de cumplir rigurosamente el pacto; tan necesario como mantener la estabilidad económica es alcanzar un buen dato de crecimiento o evitar entrar en recesión, aunque haya que reconocer para ello, dolorosamente, que el déficit cero no es ningún dogma de obligado cumplimiento. La defensa del equilibrio presupuestario incondicional ha entrado ya en el catálogo de ‘verdades reveladas’ al que sólo algunos liberales pueden acceder. Los demás mortales desconfiamos de estos nuevos sacerdotes, y creemos que el déficit no es siempre malo.

Desde que Prodi llamó la atención sobre lo ‘estúpido’ (esta fue la palabra utilizada por el presidente de la Comisión) de hacer cumplir el PEC a toda costa, no han hecho más que crecer en número quienes se han topado de golpe con el sentido común. Cualquiera puede comprender que es artificioso el criterio de un déficit máximo permitido si no se introduce algún elemento de flexibilidad. El pacto de estabilidad no contempla un sentido anticíclico para la política presupuestaria, lo cual lleva al absurdo que recordaba Fabián Estapé en las páginas de La Vanguardia hace unos meses, cuando negando el conocimiento sobre los ciclos económicos, muchos se apresuraron a decretar que éstos ya habían pasado a la historia. No hace mucho se han introducido modificaciones en el pacto, entre ellas una prórroga que permitirá a Francia, Alemania e Italia tener déficit en los próximos años. El estancamiento que vive la zona euro ha sacrificado los compromisos de los principales países, que sobrepasarán los límites del 3% para precisamente relanzar sus economías como ‘locomotoras’ del crecimiento. La búsqueda de una recuperación virtuosa, que permita fomentar el consumo con bajadas de impuestos y ajustar los gastos para alcanzar un equilibrio en las finanzas públicas en el medio plazo, implica además la reanimación del gasto en infraestructuras. Invertir para crecer, aunque sea con déficit. Es la vieja receta que aplica ahora EEUU y los viejos europeos parecen haber olvidado. Con tantos defensores de la ‘pureza’ presupuestaria conquistada a través del paraíso del déficit cero, ¿tendrá que darnos algún susto que otro la deflación, antes de hacer lo posible por salir del pozo del estancamiento tirando de la cuerda del déficit?