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El antisemitismo y los beligerantes

Los judíos tienen, como pueblo, una historia plagada de persecuciones y rechazo. No por ello están vacunados contra la xenofobia y la exclusión de otras culturas, sin embargo. El Estado de Israel encarna un dilema, desde el mismo momento en que Europa obliga a los judíos a refugiarse en un lugar donde vivir libres de las garras del antisemitismo. Se trata de la contradicción entre un pueblo que buscó su sitio en la diáspora y que, cuando le toca reivindicar un Estado hebreo, se termina apoyando en la separación y la discriminación hacia otros pobladores de una tierra donde todas las religiones del Libro poseen lugares santos. El antisemitismo es la enfermedad de una sociedad europea que, con la sofisticación del siglo XX, pudo cometer el mayor crimen imaginable contra un pueblo. Los judíos tienen aún, sesenta años después, que acarrear con las consecuencias del Holocausto y la locura nazi. Una de ellas es la pervivencia de la semilla racista antijudía en el mundo. Otra, la eternización del conflicto entre árabes e israelíes en Oriente Medio. No obstante, la conexión entre estas dos realidades, a principios del siglo XXI, nos plantea una cuestión delicada para la paz en la zona: ¿son los críticos de Israel los nuevos antisemitas? La judeofobia es creciente, pero no es una plaga ideológica. El adoctrinamiento integrista en Palestina es un obstáculo evidente para la convivencia. Pero veamos los resultados de una encuesta realizada entre los europeos: el 59 por ciento considera al Estado de Israel un peligro para la paz, al igual que similares porcentajes de encuestados citan a EEUU, Corea del Norte e Irán.

La opinión pública europea es compleja. Pero a pesar de la contundencia de la respuesta de los ciudadanos entrevistados, no se pueden sacar conclusiones apresuradas. La postura negativa respecto de los gobiernos más activos en el combate contra el terrorismo por medios poco ortodoxos -EEUU, Israel- no refleja que estén tan extendidos los odios hacia los pueblos que Bush y Sharon representan como gobernantes. Nadie cree seriamente que el antisemitismo abarque a una mayoría de la población de esta vieja Europa. El apoyo a Israel puede generar en ciertos apologetas de la beligerancia el síndrome paranoico de ver contrarios a sus ideas por todos lados. El sionismo tiene numerosos adversarios que toman los puntos inaceptables de la doctrina extrema de los fundamentalistas judíos como punta de lanza para el análisis de la crisis. Pero la crítica no ha cegado a los sectores que asisten al conflicto palestino-israelí sin enarbolar banderas partidarias: no se niega, en general, la legitimidad de Israel para existir y asegurarse una estabilidad en la convivencia con el pueblo palestino. No procede identificar a todos los judíos con el Estado de Israel, de la misma manera que este Estado, que ha contado con tantos enemigos a lo largo de su corta historia, no es posible asimilarlo a la política errada y agresiva de su gobierno, metido en la espiral de las represalias, la ocupación y el distanciamiento del objetivo de la paz. Sharon es actualmente el principal lastre para la defensa de Israel.

Los judíos tienen que soportar en todo el mundo la mala imagen exterior de Israel, con independencia de la opinión que tengan sobre la política de Sharon. Esto da lugar a que se intente acallar la crítica al gobierno israelí con el reproche de ‘antijudío’, pero también es evidente que el conflicto en Oriente Medio es la excusa perfecta para la revitalización del antisemitismo. Entre los árabes y musulmanes, el apoyo a la causa palestina sólo con mucha dificultad puede darse separado del uso corriente de los tópicos contra los judíos. La raíz cristiana del antisemitismo, verdadero origen de éste, parecería menos activa, si no fuera por el disfraz que el recelo hacia los judíos está utilizando en occidente para canalizar el efecto Sharon y jugar con la justificación del terrorismo suicida, que no es otro que el de un antisionismo radical que en no pocas ocasiones oculta una judeofobia como la extendida por Europa en tantos pasajes de su historia. Si en España, Alemania o Rusia tuvieron lugar persecuciones intensas a los judíos, aún hoy el alma colectiva de estas sociedades puede estar tentada de resucitar el fantasma del judío como enemigo público del bien común. No hay que olvidar que ese «socialismo de los imbéciles» que es el antisemitismo se agarra tanto a sectores de la izquierda anticapitalista como a los de la derecha que, aunque minoritarios, tratan de impulsar estados de ánimo que faciliten la indiferencia ante el avance del racismo. El antisemitismo vuelve a hacerse notar, y los beligerantes del conflicto palestino-israelí, de uno y otro bando, no hacen sino favorecerlo directa o indirectamente.