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El legado joseantoniano

El 20 de noviembre de hace veintiocho años murió un tal Francisco Franco, según leo en el ABC del día 21 de ese mismo mes de 1975 que tengo en mis manos. Es una fecha importante, sin duda, para la reciente historia de España: sin el dictador muerto y enterrado, no habría sido posible una evolución democrática de las instituciones que diera lugar a la instauración del régimen constitucional de 1978. Sin embargo, el peso en la memoria colectiva tiende a ser cada vez menor por la influencia de quienes no vivimos aquellos hechos y los contemplamos con la distancia de las crónicas de la Historia. Es lo normal: todo hito histórico, incluso el que encauza el destino de un país hacia la democracia, acaba siendo un episodio más del pasado que no hace falta recordar continuamente. Ese mismo día, por puro azar seguramente, se conmemoraba el aniversario de la muerte de otro personaje clave del siglo pasado: José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española, ejecutado en la cárcel de Alicante el 20 de noviembre de 1936. La dictadura que durante cuarenta años acaudilló Franco le debe mucho a la inspiración intelectual de este “luchador por España” que no tendría culpa alguna por lo que hicieran otros en su nombre bajo el franquismo, según afirman sus más encendidos hagiógrafos. Cabría entonces, al parecer, una revisión de la figura joseantoniana.

Este año se cumple el centenario del nacimiento de José Antonio, y se ha llegado a decir que existe un especial interés en silenciar esta conmemoración, tanto por parte de la derecha -acomplejada por una implícita reivindicación de los valores joseantonianos- como por parte de una izquierda que estaría todavía en el empeño tergiversador de la figura de Primo de Rivera. Quienes esto aseguran olvidan que, en la actualidad, no es el ninguneo el mejor arma contra el fantasma del padre del falangismo, sino la exposición pública e imparcial de su vida y obra. Es ingenuo pensar que a este personaje se le va a juzgar por su poesía o su hondura intelectual, cuando es clara y evidente su contribución política, que es mucho más relevante. Situarlo en su contexto sólo sirve para constatar la tendencia natural de la época hacia los fanatismos ideológicos. Pero no quita mérito alguno a su impresionante labor: trasladar las ideas reaccionarias que circulaban por Europa a la doctrina de un fascismo hispánico. El partido que fundó Primo de Rivera, fusionado con las Juntas nacionalsindicalistas, y posteriormente con los tradicionalistas, se convirtió en el embrión político del frente que ganó la guerra civil. El fascismo desde el poder de la FET y de las JONS -después llamado Movimiento Nacional- es la culminación de la actitud ‘rebelde’ de los falangistas que durante la República no cosecharon más allá de 45.000 votos.

La principal particularidad de José Antonio, con todo, es que puso las bases del que se consideró pensamiento genuinamente español. El nacionalismo extremo es el motor de este infumable engendro intelectual que predica la excepcionalidad del marco español para edificar un proyecto de nación a golpe de patriotismo, valores eternos y unidad de destino en lo político. Superar la división de izquierdas y derechas para evitar el enfrentamiento entre partidos y clases es el sentido que tiene la amalgama de planteamientos -justicia social, tradicionalismo católico, reivindicación nacional- que la Falange enarbola para oponerse al liberalismo, a la ‘amenaza’ marxista y al pluralismo ideológico. El legado joseantoniano que algunos sectores quieren recuperar vendría a negar que todas las acciones del régimen de Franco estén inspiradas en la doctrina del falangismo, lo cual significa también obviar el componente violento de los discursos de José Antonio. Aun así, el Centenario que celebran sus seguidores pretende revisar la manipulación a la que ha podido ser sometido este personaje: casi setenta años después, quizás los españoles descubramos en él a un gran intelectual que supo captar las contradicciones de su tiempo. Un referente ideológico que no debemos olvidar. Pero ese empeño no puede sobreponerse al contacto con la realidad, y ésta es que José Antonio fue una figura menor y un pensador irrelevante, cuya ideología fascista únicamente sirve para el contraste con las demás fantasías fracasadas de la Historia.