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Prestige, un año después

Las catástrofes medioambientales originadas por los accidentes de petroleros ocurridos cerca de las costas son, a ojos de cualquier observador, una fuente de agravios patrimoniales sin igual en el entorno social en que se generan. Constituyen, en lenguaje científico, una externalidad negativa que produce la actividad del transporte marítimo de mercancías peligrosas y que soporta toda una serie de sectores económicos cuya viabilidad depende del estado de conservación del mar: la pesca, la captura del marisco, el turismo, la restauración, etc. El coste social de este tráfico -tan poco regulado- por nuestros mares sólo se hace palpable tras sucesos como el del Prestige, lo cual lleva a que únicamente el desastre nos devuelva la conciencia de cuánto nos estamos jugando en la preservación del medio ambiente en los lugares donde la misma vida de la gente está volcada a la naturaleza. Sin embargo, en Galicia y otras comunidades afectadas, se ha dado después de un año el ‘milagro’ de una vuelta a la normalidad que el triunfalismo gubernamental ya se ha encargado de trasladar a quienes no vivimos esa realidad de cerca. Miles de toneladas de fuel llenaron 3.000 kilómetros de costa de chapapote, pero el esfuerzo ingente de la sociedad civil y la inversión pública parece haber devuelto al entorno afectado una existencia alejada del drama de la lenta recuperación: incluso una catástrofe como el Prestige, por lo visto, puede subsanarse en doce meses.

El Prestige no fue el primero, y quizás no sea el último, de los petroleros accidentados en el Atlántico. Se corre el riesgo, aún, de que las actividades poco supervisadas del transporte de fuel nos mantengan en un constante peligro de nuevos daños al patrimonio común. La conservación de las aguas, la biodiversidad costera y el estado de las playas penden de un hilo si no se toma en serio la regulación que finalmente se ha aprobado sobre los buques monocasco, el control de las certificaciones y de los puertos y las medidas de seguridad en caso de siniestro. Los accidentes son excepcionalmente graves cuando se producen, y tampoco parece razonable que una relativa eficacia en las tareas de recuperación nos lleven a descuidar la prevención. Devolver el entorno al estado previo a la contaminación por las mareas negras podría ser un gran logro para unas autoridades preocupadas por el medio ambiente pero que han fallado en el desarrollo de una política de protección de los mares que, sin ir más lejos, en EEUU, ha tenido más recorrido que en Europa por los daños sufridos en tiempos pasados. El actual Gobierno llevó a límites insospechados de incompetencia su gestión de la catástrofe en los primeros meses, lo cual no ha sido obstáculo para la autoconcesión de medallas más esperpéntica protagonizada por el aznarismo. La falta de reflejos del Gobierno se sumó al crimen ecológico cometido por los responsables directos del Prestige. El resultado: la limpieza de las costas ya realizada ha costado 2,6 veces más (2.100 milones) que lo proyectado por la Administración.

La magnitud de los daños sobre los ecosistemas no puede ser obviada tras la vuelta a la actividad marítima de los sectores económicos en Galicia. Al margen de la correcta supervisión de los productos del mar para que vuelvan a ser consumidos, lo cierto es que la contaminación puede tener efectos prolongados en el desarrollo de algunas especies y en la modificación de ciertos hábitats. Más incierto que cuál va a ser la repercusión final en los sectores productivos afectados por el Prestige es cuál será, en último término, el cambio ecológico provocado en las costas dañadas por las mareas negras. Evaluar el riesgo del transporte de sustancias peligrosas podría servirnos para incorporar los costes medioambientales a la contabilidad de esta actividad potencialmente dañina, pero ocurre que en sí mismo, como no podía ser de otra manera, el valor estrictamente económico es más fácil de estimar que el valor total -incluyendo el del patrimonio ecológico-, que es incalculable. Las consecuencias del Prestige necesitarán más estudio del que se puede hacer en un año. En un reciente informe de WWF/Adena, se destaca entre otras cosas que los hábitats costeros, incluidos los terrestres, han sido los más dañados por las operaciones de limpieza. También es de lamentar que con los trabajos de recuperación sigamos perjudicando el orden natural, al igual que el fuel -viscoso e insoluble- continúa su lenta degradación en los fondos marinos. Por desgracia, un año después, el Prestige no ha dado aún sus últimos coletazos.