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Revolución en el espacio

China es una potencia mundial de la que se pone en duda más su poder actual que futuro: todavía no ha desarrollado todo su potencial, se dice, pero gracias a la apertura económica realizada se va a convertir pronto en una de las pocas naciones que compitan por el liderazgo global. Posiblemente uno de los pasos que tenían que dar es el ‘gran salto hacia el cielo’, como llaman al ambicioso programa espacial que China se propone llevar a la práctica en las próximas décadas. Comoquiera que ese enorme país debía mostrar ante el mundo que el camino emprendido va en serio, la primera misión ampliamente publicitada ha sido, a su vez, la primera misión espacial tripulada de China. El despegue de su programa espacial se inició el 15 de octubre, con el lanzamiento del cohete ‘Larga Marcha 2F’ desde la base de Jiuquan en el desierto de Gobi. Ahí iba el astronauta -o taikonauta, como quieren que se llame a quienes viajan al taikong, al espacio- Yang Liwei, que dió 14 vueltas a la Tierra en 21 horas y 23 minutos y se ha convertido en ‘héroe nacional’ a llevar de gira por toda la geografía china para rentabilizar la siembra de sentimientos patrióticos entre la población.

Deng Xiaoping situaba el futuro de China como potencia en el marco de un país que se decidiera a ejecutar un programa nuclear y un programa espacial. No necesitaba más impulso político la actual generación de dirigentes del PCCh para dar el salto al infinito, pero es evidente que esta entrada en la revolución del espacio se enmarca en un momento crucial de China en el cual necesita tanto ganar prestigio internacional como «rejuvenecer el espíritu nacional e incrementar la fuerza de cohesión nacional», según declara un responsable del programa espacial. China es, tras Rusia y EEUU, el tercer país que lanza a un hombre a girar en órbita alrededor de la Tierra. Sin embargo, este creciente interés por el espacio no es exclusivo del gobierno chino: en Europa, la Agencia Espacial tiene grandes proyectos para materializar el potencial tecnológico conjunto en programas comunes; Brasil también se ha lanzado a desarrollar un programa espacial propio, aunque sucesos recientes reflejan algún que otro contratiempo; y, a falta de reeditar una carrera espacial como la de la Guerra Fría, EEUU y Rusia son junto a Japón potencias espaciales que participan en la Estación Espacial Internacional.

El Diario del Pueblo recogía, como principal órgano de propaganda, la justificación oficial que podríamos ajustar a cualquiera de los programas espaciales en marcha: «Un programa espacial tripulado puede beneficiar al desarrollo de la tecnología (…) Es un símbolo de fortaleza nacional y es un gran impulso para el prestigio del país». Lo cual es cierto, pero no lo es menos que todos los gastos que supone adaptarse a la era espacial pueden ser más rentables para los intereses del país aplicados en otras investigaciones o en partidas vinculadas más directamente con las necesidades de la población. Los gobiernos que deciden emprender estos programas siempre se encontrarán con el obstáculo simbolizado en la pregunta “tanto dinero ¿para qué?”. Normalmente se asocia el salto al espacio al proceso de modernización de un país, pero los ciudadanos que se convierten en financiadores de la aventura pueden no ver tan claro el valor de este lujo que les brinda el desarrollo. A pesar de todo, China sí obtendrá réditos de esta exhibición brillante de los logros de su tecnología: crece su atractivo económico para el capital global y asciende en la clasificación de potencias tecnológicas. Lo cual no es poco para un país que debe demostrar más cosas aparte de su espectacular crecimiento económico.