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Dos mil tres quejas y un ojú (I)

Al finalizar el año, a algunos nos gusta buscarle un signo distintivo que lo clasifique en el archivador del recuerdo con una lógica, en cierto modo sentimental, pero acorde con la realidad de lo ocurrido en el mundo. Así, el 2002 fue el ‘año Aserejé’ por algo más que el sonado éxito musical de Las Ketchup con esa canción que salió de Córdoba para recorrer medio mundo. El pasado año estaba, además, impregnado por el aserejé de la despreocupación y el carpe diem, que se impusieron como bálsamo que curara el miedo que a los habitantes de este planeta les había metido en el cuerpo un 11 de septiembre que no se iba a borrar fácilmente de la memoria. 2002 simbolizaba el respiro que nos habíamos dado para asimilar que algunas cosas iban a cambiar. Pero hace justo doce meses ya podíamos presentir que esa tranquilidad momentánea se esfumaría pronto: el 2003 ha sido, ante todo, un año ‘serio’. El espacio público ha dejado de ser un lugar donde importe ser simpático para pasar a convertirse en escenario de las firmes convicciones, las inquebrantables creencias y los decididos empeños de los gobernantes en satisfacer los bajos instintos de una parte de la ciudadanía.

La seriedad de la política de 2003 se demuestra con la relevancia adquirida por los acontecimientos ocurridos este año y que vertebran la gran preocupación de esta época: el futuro incierto. El desafío del terrorismo, en pretendida conexión con el belicismo desatado en Irak, alimenta el apuntalamiento de un orden en supuesta amenaza constante, y para ello actúa la generalizada inseguridad como argumento polivalente que justifique la actual deriva hacia el caos. Nada más lejos del ‘orden’ que la defensa de éste generando incertidumbres y nuevos problemas. La guerra a la que la opinión pública se ha tenido que enfrentar ha traído caos y destrozos en más de un plano de análisis, además de en el propio Irak. Por un lado, las relaciones internacionales están empantanadas, justamente ahora, cuando la globalización demandaba nuevas formas de gobernación globales. Y por otro, los ímpetus belicistas demostrados desde el poder han alejado a los ciudadanos de la toma de decisiones y enfrentado las opiniones en un ambiente crispado y manipulado por los instintos a los que me refería: pasiones patrióticas y esencialismos excluyentes.

Debido a la arrogancia del poder, la discrepancia política ha tenido que recurrir a la queja y a la protesta, instrumentos que nunca son tenidos en consideración por quienes se sitúan como gobernantes en un plano superior de discernimiento. Los ciudadanos han necesitado expresar su disconformidad para dejar claro ante quienes escriben la historia que rumbos equivocados con consecuencias tan graves, como los que van tomando los estrategas de la guerra, no se eligieron ante la unanimidad silenciosa de la mayoría de la sociedad. Es por ello que lo que nos ha traído el 2003 pueda ser perfectamente explicado con lo representado por la conocida canción del grupo Las Niñas. El rap flamenco de ‘Ojú’ simboliza que nos hemos vuelto serios para declarar que la gente está harta de demasiadas cosas. Porque ‘la guerra es mu perra’, y a Bush y sus acólitos no se les puede olvidar que el momento de lanzar el primer ataque supuso también la última gota que colmó el vaso de la serenidad ciudadana. El año que termina fue el del resurgir de un espíritu crítico que se manifestó tomando como bandera el civismo necesario en momentos tan agresivos como el presente.