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La UE y las dos orillas del Mediterráneo

La Unión Europea considera un objetivo prioritario establecer lazos con las áreas geográficas adyacentes. Las sucesivas ampliaciones de la Unión tienen un límite evidente que, en el caso de la frontera sur, está claramente marcado por el mar Mediterráneo. Si positivo para los países europeos es pensar en una futura integración o, en su defecto, relación estrecha con los países balcánicos, el Cáucaso y Rusia y las demás repúblicas ex soviéticas, mirar hacia la otra orilla mediterránea implica no sólo consolidar una nueva área de influencia, sino también ayudar a que los países del Magreb encuentren una vía de desarrollo económico y social. La cooperación Euromediterránea se empezó a concretar en la cumbre de Barcelona en 1995 y supone un pilar más en el que las relaciones exteriores de la UE se impulsan conjuntamente, aunque las dificultades empiezan al existir diversidad de intereses en la otra parte: los países del Magreb árabe, por ejemplo, no suelen unir sus fuerzas por las diferencias que los separan. Por un lado, tenemos el problema del Sáhara y el pulso que mantiene Marruecos con sus vecinos; en otro orden, no hay que olvidar el conflicto de Oriente Próximo, que imposibilita un acuerdo global sobre seguridad y estabilidad en el Mediterráneo. La estabilidad se considera, además, requisito para que den resultado la cooperación económica y financiera y el fomento de las interrelaciones sociales entre estos países y con la UE.

Con el fin último de una mayor cohesión regional a través de la cooperación en todas las áreas, el proceso euromediterráneo se marca tres objetivos que han sido resumidos de la siguiente forma: lograr un área de paz y estabilidad en el Mediterráneo, promover el conocimiento y entendimiento entre los pueblos y fomentar la sociedad civil y crear una zona de libre cambio. No hay duda de que se ha puesto complicado avanzar en los dos primeros objetivos con el panorama internacional desatado tras el 11-S; y la consecución de un área de libre comercio entre las dos orillas no puede sino ser considerado, lógicamente, un logro parcial e insatisfactorio. Si no se obtiene una mayor relación entre las poblaciones de los países europeos y norteafricanos, el mero crecimiento económico y comercial no aportará mucho al desarrollo paralelo de las sociedades mediterráneas. Los acuerdos en materia de libre cambio, incluso, han perjudicado la cohesión al proporcionar un beneficio desigual: la UE ha visto ampliados los mercados para sus productos, al mismo tiempo que los productos agrícolas del Magreb no eran incluidos en las condiciones acordadas entre ambas zonas comerciales. La cooperación a través del comercio se debe dar con justicia y favoreciendo la equidad: que exista más interdependencia que subordinación y que se fomente la reducción de la desigualdad económica interna.

La región euromediterránea concentra el interés comunitario de enmarcar la convergencia interna de la UE en un panorama de disminución de las desigualdades con los países vecinos. El abismo que separa la prosperidad europea con el carácter de países emergentes -según la jerga política- de las sociedades del Magreb tiene que ser abordado para no dejar la emigración como única válvula de escape para la miseria de la otra orilla del Mediterráneo. La cooperación, las inversiones, se unen al flujo de población que se integra en Europa y que enriquece a la vuelta sus países por la apertura que conlleva toda interrelación. Las cumbres que se celebran, sin embargo, no están dando más resultado que declaraciones de buenas intenciones que no se llegan a cumplir. Un resultado deseable de la cooperación euromediterránea es el avance en materia de derechos humanos, que se deja en ocasiones fuera de la agenda para no molestar a los gobiernos del sur. Uno de los programas más interesantes que se deberían llevar a la práctica es el del cuidado medioambiental de las aguas que compartimos, las del ‘mare nostrum’; pero a la hora de financiar los acuerdos a los que se llegan son los gobiernos del norte quienes miran para otro lado. El acercamiento es indudablemente positivo. Lo único malo de esta cooperación entre las dos orillas del Mediterráneo es que pasen los años con la frustración de unos avances inexistentes y unos compromisos incumplidos.