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Pobreza global y consumo insostenible

Estamos construyendo ciudades cuyo funcionamiento no será viable en un futuro globalizado. Y, sin embargo, hay un sustrato ideológico que viene actuando en varios frentes, dando sentido a la urbanización, el crecimiento y la conformación de grandes urbes y justificando la traslación del modelo del primer mundo a Asia, África y América Latina, y que nos vende el cuento de una ‘aldea global’ donde todos estaremos conectados en términos de igualdad. El mundo como gran metrópoli, con lo rural marginado a la función sentimental del turismo para el urbanita, es el sueño falaz de un globalismo mal entendido. Tenemos una red de ciudades formada por aquellas que se suben al carro del crecimiento y la prosperidad, es lo que se nos dice. Pero ¿quién se va a creer que los diferentes núcleos urbanos se constituyen en plataformas de competencia de la economía global en igualdad de oportunidades? ¿Tendrán alguna vez el mismo peso Nueva York y Kuala Lumpur? Las ciudades son centros de atracción de la población que, en sus respectivos países, no puede seguir viviendo en sus zonas de origen. Las grandes capitales del mundo, símbolos del modelo urbano, son espejos de la economía de cada país.

A pesar del tamaño adquirido por las grandes ciudades del hemisferio sur, las relaciones de subordinación económica persisten. Porque ese crecimiento espectacular es puramente demográfico, lo cual quizá nos sirva para que despertemos del sueño de la vida urbana llena de comodidades al ver la inversión de los términos que se da en los países en desarrollo: ciudades cuya principal característica es el hacinamiento y la pésima calidad de vida consiguiente. Ingobernables urbes con quince o veinte millones de habitantes son buena muestra de cuáles son las particularidades del modo de vida occidental que no son trasladables al resto del mundo. El consumo que sustenta los estándares de vida de los países desarrollados es envidiado hasta por el último poblador del planeta y, sin embargo, ni la economía ni el aprovechamiento técnico de los recursos naturales nos permite en la actualidad llevar este ‘bienestar’ a todo los países. ¿Generalizar el uso del transporte, el derroche de energía, el consumismo que tenemos en nuestras sociedades a todas las ciudades por igual? Se trata de ciencia-ficción, en estos momentos. El nivel alcanzado en el área rica de la ‘aldea global’ no se puede reproducir en los países pobres.

Lo ha dicho de manera muy gráfica un informe del Worldwatch Institute: necesitaríamos tres planetas como la Tierra para colmar la demanda consumista si nuestro modo de vida se replicara en todas las regiones del mundo. El uso insostenible que se hace de los recursos no puede dar otro resultado que no sea el deterioro de las condiciones medioambientales y, en consecuencia, el empeoramiento de las circunstancias que permitieran la reducción de la pobreza. Satisfacer las necesidades básicas sigue siendo una prioridad desatendida en el caso de millones de personas. Mientras tanto, hay sociedades que sufren la plaga del consumo excesivo. Los propios problemas de obesidad, estrés e infelicidad que produce una vida marcada por el ansia por saciar todos los deseos en un instante, son tratados con productos y servicios que vienen a darle otra vuelta más a la rueda del consumo. Pero cuando la brecha existente entre estos dos mundos separados por el nivel de gasto aparece en los periódicos, todos nos inquietamos como si no fuéramos conscientes de lo que pasa ahí fuera. Nos escandalizamos como si no supiéramos que el gasto occidental en alimento para animales se aproxima al nivel de recursos empleados en la lucha contra el hambre. Llamativa comparación, sí, que se corresponde con una preocupante realidad.