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Tortura, silencio e impunidad

No deja de resultar curiosa la forma en que la prensa digiere, con el objeto de hacerla más ‘presentable’, la información que sirve de denuncia en casos de violación de los derechos humanos y la que se ofrece periódicamente sobre las desigualdades y la miseria de este injusto orden -o desorden- mundial. Este conocimiento de la realidad, al que sobradamente se demuestra que no se quiere acceder, se cuela en cambio a través de las informaciones que las organizaciones que se dedican a esto logran colocar en los medios. El problema surge cuando esta denuncia queda relegada a un reportaje más que viene a complementar la variada oferta de, pongamos por caso, un semanario con millones de lectores. Así es cómo un informe de Amnistía Internacional sobre la tortura se convierte en un reportaje de El Semanal cuya llamada en portada es ‘Las cárceles más crueles del mundo’ (como quien dice los ‘hoteles más lujosos’ o los ‘restaurantes más exquisitos’) en un pequeño recuadro junto a la gran foto del reportaje de la semana, ‘Cómo llegar a fin de mes’. Es un éxito, sin duda, que ciertas revistas se mojen mostrando la información que los medios atados a la actualidad no pondrán nunca en titulares, aunque no se obtenga como resultado más que improductivas conversaciones de domingo. Pero cabe preguntarse también a qué precio se publicita la causa de los derechos humanos, y si no es demasiado caro colocarla al borde del sensacionalismo periodístico.

La denuncia de AI es, por lo demás, oportuna y conveniente. Un detalladísimo trabajo de esta organización nos ofrece datos muy significativos de la dimensión de esa gran atrocidad cometida diariamente, en pequeña dosis, por gobiernos de todo el mundo. La tortura es algo cotidiano en decenas de cárceles repartidas por más de 100 países, según una investigación realizada entre 1997 y 2000. Estando prohibida expresamente, la tortura pervive porque algunos gobiernos la toleran como una forma de mantener su poder. Ante otras circunstancias igualmente degradantes, como la detención arbitraria por cuestiones políticas, sexuales o religiosas, la ilegalidad de la tortura y los malos tratos a los presos no son obstáculo para que haya estados que vean reforzada su débil posición consintiendo violaciones fragrantes de la celebrada Declaración Universal de los Derechos Humanos, que ha cumplido 55 años y sigue siendo olvidada como el primer día en multitud de países. Uzbekistán, presos políticos en cárceles secretas; Israel, una prisión central en condiciones deplorables; Turquía, por el encarcelamiento de presos políticos; Marruecos, por tratos degradantes en las cárceles; son algunos de los países denunciados por AI, a los que se suman China y Cuba, donde ni siquiera se permite la ayuda humanitaria de la Cruz Roja y la información disponible es escasa.

Los recluidos en la base de Guantánamo son parte de uno de los episodios más vergonzantes de violación del derecho internacional. «Centenares de personas de casi 40 nacionalidades distintas siguen recluidas sin cargos ni juicio -asegura AI junto a todos los expertos que se han pronunciado- sin acceso a ningún tribunal, ni a abogados ni a visitas familiares». En diciembre, la corte federal de apelaciones de San Francisco dio un veredicto claro en el sentido de confirmar la ilegalidad de la situación a la que están sometidos los prisioneros de Guantánamo. El mismo gobierno estadounidense que dice luchar por la libertad y el estado de derecho con sus operaciones preventivas está manteniendo en el limbo legal más absoluto a más de seiscientas personas. Sin embargo, es evidente que la lista de la tortura no se detiene en un sólo país: está tan extendida como la tolerancia ante los excesos policiales por equivaler éstos a «dar a los criminales su merecido». Lo constata cotidianamente Amnistía: «En muchos países, la impunidad de que disfrutan los torturadores, el hecho de que no comparezcan ante la justicia, es un mal endémico. (…) La tortura es una de las violaciones de derechos humanos más encubiertas por el secreto. (…) La cruda realidad es que a la mayoría de las víctimas de tortura de todo el mundo se les niega sistemáticamente la justicia». Únicamente denunciando se consigue romper el silencio que oculta esta represión brutal en el seno de una sociedad.