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El Ejido y los pastores de la xenofobia

Con la llegada de un gran número de inmigrantes, esta sociedad se embarca en una de las transformaciones más profundas de las últimas décadas. Se dice que España vive este cambio de forma acelerada, en contraste con otros países europeos más acostumbrados a acoger emigración de áreas menos desarrolladas. Surge de repente, también, el ‘problema’ cultural: da la impresión de que todo conflicto que se genere tendrá como barrera insalvable la cultura de quien se afinca en tierra europea. No es cierto. Los inmigrantes no están en el centro de un choque de culturas, sino con bastante frecuencia en el centro de un conflicto económico en el que son la parte débil: el trabajo barato, en el filo de la legalidad, que tanto sirve a nuestra economía para exhibir orgullosa cifras de crecimiento del PIB. Sin embargo, tampoco hay que negar que la convivencia, en el plano más social de lo cotidiano, suele no ser fácil. Decimos con bastante insistencia que el esfuerzo ha de ser compartido, para que exista un clima de respeto mutuo entre los de aquí y los que vienen de fuera. La integración de los inmigrantes como ciudadanos de pleno derecho nos conviene a todos. Y es por ello que quien pone piedras en el camino debe ser amonestado por la sociedad. La convivencia es, por definición, algo difícil y conflictivo. Pero no es un concepto vaporoso al que recurramos cuando toque: la convivencia se da todos los días en las ciudades y en los pueblos.

Es en el escenario urbano, en el que forzosamente conviven personas muy diferentes entre sí, por diversas circunstancias, donde empezamos a encontrar dificultades. El Ejido es la localidad del poniente almeriense que más ha prosperado por la implantación de una agricultura intensiva. En el importante aumento de población experimentado, los inmigrantes representan un papel crucial. No es una circunstancia menor que el modelo social desarrollado haya colocado en la marginalidad a un buen número de los trabajadores extranjeros que se buscan la vida en el sector sumergido de la economía ejidense. En este contexto, los lamentables sucesos de hace cuatro años, que reeditaron la «caza del moro», han instalado en el inconsciente colectivo la sombra del racismo. Un conflicto no resuelto parece enturbiar la convivencia en El Ejido. La normalidad cotidiana se ve alterada cada vez que salta a los medios una situación insostenible o unos acontecimientos incomprensibles para el resto de la sociedad. Este es el caso del alboroto que se ha formado por el espectáculo que protagonizan los políticos locales. Recientemente, ha sido confirmada la sentencia que condena a dos agricultores a quince años de prisión por haber apaleado y secuestrado a tres personas en El Ejido. Los hechos, acaecidos en 1997, fueron una muestra de agresión brutal a inmigrantes de origen magrebí.

Alrededor del caso, de quiénes eran los tres agredidos y de las ‘razones’ que llevaron a los dos vecinos de El Ejido a actuar de manera violenta, seguramente sobrevuela una versión indecente de los hechos que encaja demasiado bien con los prejuicios y con el recelo que bastantes ciudadanos mantienen sobre los inmigrantes. Lo cierto es que una petición de indulto para los condenados ha sido firmada por 50.000 habitantes de la comarca. Una iniciativa de recogida de firmas, con dudoso origen, que ha convencido a miles de ciudadanos y que ha adquirido relevancia tras ser llevada al pleno del Ayuntamiento de la localidad. Allí fue aprobada por la unanimidad de los concejales, aunque los de la oposición socialista se arrepintieran a posteriori. Todos los partidos se escandalizaron por el apoyo, cuanto menos indirecto, a la agresión racista. Pero el Partido Popular se mostró dispuesto a ‘comprender’ la actitud de sus concejales en El Ejido, donde gobierna con mayoría absoluta. Error mayúsculo: un partido que se dice de centroderecha consintiendo la irresponsable actitud de unos dirigentes locales que intentan emular el ‘lepenismo’. Los populistas juegan en el mismo campo que los grupúsculos de la agitprop xenófoba y anti-inmigración que tanto daño hacen a la convivencia. El apoyo institucional del alcalde de El Ejido a la xenofobia de ocasión lo convierte en un verdadero pastor de la intolerancia.