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Muhammad Yunus y los microcréditos

La pobreza no es únicamente falta de recursos económicos para cubrir las necesidades básicas. Implica también una falta de autonomía que lleva a quien la padece a vivir en un círculo vicioso en el que su trabajo se desarrolla bajo el dominio de otros. Una de las carencias de los pobres, en el contexto de una economía de mercado, es el acceso al crédito personal. La libertad económica consiste también en que todos por igual gocen del derecho de tener una oportunidad para salir de una situación de miseria. Así lo entendió Muhammad Yunus: un doctor en Economía que dejó de lado las elegantes teorías macroeconómicas que enseñaba en la Universidad para buscar soluciones prácticas, mucho más útiles que los planteamientos teóricos alejados de la realidad que explicaba en las clases, a la pobreza de su país, Bangladesh. Inventó el microcrédito, instrumento que sirve a los pobres sin más recurso que su trabajo obtener el dinero necesario para salir de la dependencia. El crédito personal estaba vedado a cualquiera que lo solicitase sin aval. Atajar tal injusticia fue el objetivo que se marcó Yunus al dar en 1976 los primeros pasos hacia la fundación del Banco Grameen, convirtiéndose de este modo en el «banquero de los pobres» y creador de un modelo de ayuda a los necesitados que ha sido implantado en más de 60 países desde entonces.

Los bancos comerciales se olvidan de los pobres. Grameen no dejó de utilizar el mismo modo de funcionar de éstos para ponerse en marcha. Pero su clientela es distinta: los más pobres entre los pobres. No tienen propiedades, la única garantía es su vida y el éxito de la iniciativa que echará a andar gracias al microcrédito. El vínculo que une al cliente y el banco es la confianza. La cantidad de dinero que reciben es pequeña y el mecanismo de devolución -mediante pagos semanales- hace que sea menos costoso el proceso para el beneficiario. Los préstamos del Grameen son reembolsados junto a sus intereses en la mayoría de los casos: la tasa de devolución, por encima del 90%, es superior a la de los otros bancos. Y, contra el pronóstico de quienes en Bangladesh creían que Yunus era un loco profesor que no sabía nada de bancos, el invento funciona. La historia empezó cuando se decidió a prestarle a una mujer que fabricaba taburetes de bambú en su casa el dinero necesario para comprar los materiales. Así consiguió librarla de la dependencia respecto del intermediario. A partir del momento en que la idea se generalizó, los miles de sucursales del banco repartidas por las aldeas rurales del país proporcionaron a quienes no tenían nada los recursos necesarios para emprender una actividad independiente.

De los más de tres millones de clientes del Grameen, un 95% son mujeres. La experiencia ha demostrado que las mujeres administran los ingresos en favor del bienestar familiar mejor que los hombres. Los préstamos que reciben son aprobados tras formarse grupos de cinco personas, lo cual proporciona a los clientes la posibilidad de una ayuda mutua e incentiva la devolución por solidaridad con el grupo. Aunque el microcrédito ha funcionado también en países desarrollados, su efecto casi milagroso aparece en casos de subdesarrollo. Yunus desconfía de los programas de ayuda a gran escala, en los que la burocracia de los gobiernos se queda con la mayor parte del dinero. Actuar en el ámbito individual se ha mostrado más productivo. El efecto que se consigue es que tras mejorar la situación de una familia, las demás siguen el mismo camino; el desarrollo individual impulsa el desarrollo económico de la comunidad. La mejora en el bienestar termina produciendo un cambio social, gracias al dinamismo que se genera, que pocos habrían esperado. Los éxitos del Grameen tratan de ser emulados: no faltan situaciones de subdesarrollo sobre las que trabajar. Yunus confía en que el microcrédito siga funcionando allá donde se aplique, porque siempre es posible despertar la iniciativa de los más desfavorecidos para que puedan salir del pozo de la pobreza.