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Cazadores en la frontera

La actividad del consumidor compulsivo de información tiene sus complicaciones. Estar al tanto de los últimos acontecimientos de actualidad, en los tiempos que corren, implica aceptar una ligera capa de insensibilidad en la piel que se pone de manifiesto en el trato cotidiano dispensado a los hechos más lacerantes que aparecen todos los días en los noticiarios. Uno se acostumbra a ver, a escuchar y a leer sobre muertes atroces y sobre la violencia infame que no es un elemento extraño a la vida en muchos lugares del planeta. La mayoría de las situaciones difíciles por las que pasa el ser humano nacen de la conculcación de sus derechos elementales. De modo que el reflejo de la crueldad diaria que nos muestran los medios de comunicación incluye guerras, torturas, secuestros y todo tipo de acciones que promueven el terror. Las fronteras existentes dentro de este mundo, las visibles y las invisibles, son lugares propicios para la desesperación ante las injusticias que se intentan dejar atrás pasando de un lado a otro de la línea que separa el infierno del paraíso. Sabía que cualquier cosa podría ocurrir en una frontera, pero no me pude nunca imaginar lo que escuché contar en un informativo de Antena 3 con todo detalle.

El corresponsal de la cadena en EEUU se propuso relatar unos hechos que no podían sino dejar atónito a cualquier espectador que en ese momento estuviera frente al televisor. La sorprendente noticia, que a buen seguro ha inquietado a toda persona sensata, se sitúa en la frontera entre México y uno de los estados fronterizos de EEUU. Una zona que sirve a los ‘espaldas mojadas’ para dar el salto hacia una sociedad que demanda su fuerza de trabajo: son miles las personas que migran cada año y encuentran una forma de vivir en EEUU aun sin papeles. La frontera es muy larga, y cientos de personas han muerto en camino hacia el país de las oportunidades. Resulta que justamente ahí un grupo de ciudadanos americanos ha decidido hacer lo que consideran una gran contribución a su nación: detener la llegada ilegal de inmigrantes con sus propios medios. Aficionados como son al uso de armas de fuego, se organizan en patrullas con sus rifles cargados y merodean por los lugares más transitados de la frontera. Se trata de gente dispuesta a acabar con sus preocupaciones antes de que el gobierno les diga que ésa es tarea suya. Es por ello que no se sentirán extraños al convertirse en verdaderos cazadores de hombres.

Cualquiera podría hacerse cargo, desde la lejanía, de las dificultades que conlleva la inmigración de los hispanos en EEUU. Muchos están integrados en esa sociedad que, en apariencia, cada vez cuenta más con ellos; otros tantos mantienen una vida con serias dificultades económicas y sin la valiosa ‘green card’, con el sufrimiento añadido del rechazo nacionalista hacia el que viene de fuera, que existe hacia los hispanos como antes existió hacia otros grupos de inmigrantes. Lo que en principio no encaja en una sociedad civilizada es que ese rechazo se transforme brutalmente en una iniciativa cuasi-terrorista de intimidación a los que cruzan la frontera por parte de unos ‘patriotas’ que defienden su país de la ‘invasión’ de los extranjeros. Ni Bush ni Kerry en el gobierno de Washington convencen a esta minoría de lunáticos peligrosos -y no es excusa que sean sólo reflejo de un sector minoritario de los estadounidenses- de que la defensa de la nación no pasa por la caza del inmigrante. Gente que en su tiempo libre se dedica a vigilar la frontera con sus armas reglamentarias preparadas para disparar no puede ser consecuencia sino de una falla moral que sale a la luz en forma de un racismo bestial e indisimulado.