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El futuro de Kioto

El Protocolo de Kioto es el principal logro de las cumbres organizadas por la ONU sobre el cambio climático y también el más cuestionado. Ha estado en el aire su viabilidad futura desde que se aprobó en 1997. Para que entrara en vigor debían ratificarlo 155 Estados, y de ellos un número suficiente de países industrializados como para que los mismos superaran el 55% de las emisiones de gases contaminantes que se producían en 1990. El acuerdo alcanzado en Kioto supone una reducción leve de estas emisiones, lo que implica un compromiso de notable calado con los demás países. La iniciativa individual de potencias industriales como la UE y Japón era importante, pero debía conseguirse la entrada en vigor para que el Protocolo entrara en una fase posterior aún vivo y con visos de continuidad. La negativa de EEUU y las dudas expresadas por Rusia colocaron a Kioto en peligro. La reciente decisión rusa de ratificar el acuerdo que ya firmó en 1999 se ha convertido en la llave del futuro de esta estrategia contra el calentamiento global, pues su 17% del total mundial de emisiones de dióxido de carbono contribuye finalmente a alcanzar el 55% requerido y supone un espaldarazo político para los demás países signatarios de Kioto.

Tras la Cumbre de Río de 1992, se intenta que los acuerdos internacionales en materia de medio ambiente dejen de ser tan generales y propicios al incumplimiento: se buscarán, por tanto, avances en temas específicos. El cambio climático es uno de ellos; de hecho constituye un grave problema desde que se evidenciaron los efectos que un calentamiento del planeta, que se concreta en aumentos de temperatura más notorios en determinadas zonas, produce sobre las masas polares o la erosión del suelo. A pesar de los enfoques que ponen en duda los resultados científicos, se ha constatado sobradamente el impacto que la actividad humana tiene sobre este fenómeno, siendo además la principal responsable del cambio en el clima. Kioto es la consecuencia de las cumbres celebradas desde entonces: su objetivo es reducir un 5,2% las emisiones de gases de efecto invernadero sobre los niveles de 1990 para el periodo 2008-2012. El protocolo es el único mecanismo que se ha acordado para tratar de hacer frente a los efectos indeseados del calentamiento climático. Sin embargo, no deja de ser un tímido intento por minimizar el riesgo futuro, cuya principal virtud es plantear por primera vez una visión global de las políticas medioambientales.

Con sus ventajas e inconvenientes, el mercado de emisiones puesto en marcha con Kioto puede tener consecuencias muy positivas para la modernización de la industria de los países involucrados. No sólo por ser la primera medida internacional seria y con carácter vinculante que se pone en marcha para afrontar la contaminación, sino porque hay condiciones para el desarrollo de un mercado de tecnologías ‘verdes’ más competitivo. La compraventa de emisiones se puede concretar también en transferencias tecnológicas hacia los países que no necesitan ahora sus cuotas de contaminación pero que se están planteando de qué manera se adaptarán en el futuro a Kioto. Son las áreas subdesarrolladas las que más van a necesitar mejoras en la eficiencia para que el compromiso medioambiental no haga del mercado de emisiones una barrera infranqueable para su industrialización. Si se consigue estabilizar la producción de dióxido de carbono, el logro será en cualquier caso significativo. La anunciada ratificación rusa de Kioto es un paso importante para alcanzar ese objetivo, con independencia de que otras razones políticas -mejorar su imagen en la UE- hayan pesado más en la decisión del gobierno de Moscú.