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Francia y el velo islámico

Algún día habrá que buscarle una explicación al hecho de que, en un momento como el actual, resurja una visión de la política no demasiado alejada de la religión. Se ha vuelto a la confusión entre los límites que señalan los principios democráticos y los guiados por las creencias religiosas. Hay quien parece no resignarse a la separación entre la Iglesia y el Estado, y se empeña en enfrentar las doctrinas confesionales con las opiniones expresadas por la mayoría de una sociedad secularizada. Mientras el Vaticano ve el fantasma del laicismo recorrer Europa, la ciudadanía tiene que afrontar nuevas interpretaciones de lo laico adaptadas a una estructura social con diversidad religiosa creciente. La defensa de la laicidad se ha convertido en trinchera ante el protagonismo de las religiones, de manera que se debe estar muy atento al encaje práctico de lo que establecen las constituciones democráticas para evitar una posible pérdida de legitimidad de las posiciones laicistas. Unas exigencias en nombre del Estado laico que se evidencien equivocadas no harán sino contribuir a la puesta en cuestión de los principios que lo inspiran, que continuamente es alentada por miembros de todas las confesiones y en especial de la mayoritaria.

Un país que ha hecho del laicismo una de sus banderas, como es Francia, vive desde hace demasiados años una polémica que muestra a las claras la posición de debilidad desde la que se trata de defender su Estado laico. Esta conquista histórica, alcanzada con la ayuda de los valores republicanos, sigue respaldada por una mayoría de la sociedad francesa. Pero la aparición en escena de una minoría religiosa que ha crecido conforme lo hacía la inmigración ha afectado gravemente a una conciencia republicana acostumbrada a lidiar con los representantes del catolicismo mayoritario. Ante un elemento identitario como es el mal llamado ‘velo’ islámico, que es más bien el tradicional pañuelo con que muchas musulmanas se cubren la cabeza, se reacciona desde el laicismo con la prohibición de su uso en las escuelas públicas. Grave error que ha colocado sobre el tapete la difícil travesía del Estado laico en momentos en que recibe envites desde todos los flancos. Con esta puesta en práctica del laicismo en los espacios públicos se traslada la idea de que, en efecto, los principios que lo inspiran están en cuestión, como aseguran los confesionales. ¿Cómo entender si no la restricción de la libertad en nombre de la escuela laica?

El uso minoritario del pañuelo responde a muy diversos factores, entre ellos el peso de la tradición y la presión de los padres. Sin embargo, nada contribuirá más negativamente al cambio en las costumbres que la prohibición discriminatoria en la escuela. El laicismo muestra debilidad cuando se pone al frente de esta cruzada contra el pañuelo que ha llegado a promulgar una ley a tal efecto en la republicana Francia. Se prohíbe a las musulmanas cubrirse la cabeza, pero colateralmente también a la minoría sij el uso de turbante. Una escuela laica defendida por la fuerza que revela justo lo contrario: la débil confianza en el poder de convicción del laicismo. No hay más que echar una mirada a lo que ocurre en otros países europeos para concluir que unas mayores dosis de pragmatismo son beneficiosas para la convivencia. Recientemente se ha tenido noticia de la expulsión de un colegio de dos niñas que no querían quitarse el pañuelo, con padres no partidarios de esta prenda; son efectos perversos de la ley francesa que inciden en las propias afectadas. La libre expresión de su identidad no supone una afrenta al Estado laico, que debería preocuparse antes de otros peligros más evidentes que de la vestimenta de sus ciudadanos.