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Neorruralismo y vida rural

No deja de ser curioso que de procesos históricos prolongados en el tiempo se deriven modas que impactan en momentos muy determinados con inusitada fuerza. El desplazamiento del campo a la ciudad ha afectado durante siglos a millones de personas en los países más urbanizados. Se trata de un fenómeno revolucionario que transformó las condiciones de vida y la estructura socioeconómica de los países al mismo tiempo que se desarrollaban. La industrialización, la mecanización de la agricultura y la extensión del modo de vida de la clase media urbana fueron determinantes en esta transformación que ha afectado a la forma en que la mayoría de la población se relaciona con el medio natural. El desarrollo convierte a la ciudad en el centro de la actividad. El triunfo de lo urbano da como resultado que el campo se limite al cumplimiento de unas funciones esenciales que, no de forma casual, se encuadran en las actividades denominadas primarias. En el momento presente se aprecia, incluso con más nitidez que cuando se estaba produciendo el éxodo rural, la jerarquía exitente entre el campo y la ciudad. Y es ahora cuando de este proceso nace un fenómeno que en apariencia le da la vuelta a la tendencia histórica: el ruralismo.

El abandono del campo para no quedar fuera del crecimiento urbano ha producido con el paso del tiempo una nostalgia por lo perdido. Sin embargo, no suele ser la generación que vivió en primera persona la crisis agraria y fue en busca de oportunidades al centro industrial la única que desarrolla ese sentimiento. El ruralismo viene a ser esa querencia por recuperar formas de vida más sencillas y en contacto directo con la naturaleza que experimenta el urbanita cuando intenta ver las ventajas de vivir como lo hicieron sus padres o sus abuelos. Hay toda una serie de valores vinculados con lo rural a los que comúnmente se les da como sacrificados por el bien de la vida moderna. De ahí viene la moda -que podrá perdurar o no en el tiempo, pero que de manera indudable está asociada a una estética determinada- de lo rural y la vuelta a las cosas naturales. Es también, por así decirlo, un trasunto de oferta alternativa al endiosamiento de lo moderno que se materializó en aquella otra moda del ‘yuppie’ como ideal de vida en la ciudad. Por ello, no es posible obviar la importancia del ruralismo en lo ‘hippie’ y en otros movimientos posteriores, así como en precedentes tan particulares como las comunidades de los kibbutz en Israel.

El neorruralismo se podría definir como aquello que aparece una vez las circunstancias frustran los deseos de encontrar mundos idílicos en un medio rural que hace tiempo que dejó de ser un lugar habitable para el urbanita exigente. Nace de una nueva adoración hacia lo rural, que a través de cauces más complejos se transforma en productos fácilmente consumibles por cualquiera. Las bondades del campo se materializan ahora, por ejemplo, en el turismo rural, los productos naturales o el modelo de vivienda a medio camino entre la ciudad y el campo. El auge de lo rural se deja notar en la publicidad y en la mayor demanda de bienes medioambientales que se empieza a detectar en los mercados. El fenómeno podría ser explicado también como una creciente preocupación ecológica que da más importancia a la naturaleza conforme se consolida su deterioro. Porque, efectivamente, lo perdido -el modo de vida rural- o lo que se está perdiendo -el esplendor natural- siempre es más valorado que lo que se tiene. El desarrollismo imperante durante décadas dio como resultado estos intentos por encajar la realidad rural en la conciencia urbana. Aunque a veces no vayan más allá de algunos productos específicos y de un vago ruralismo romántico.