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Berlusconi y la justicia a la medida

Es uno de los políticos con mayor carisma del panorama europeo: no ganamos nada negándolo. Berlusconi es también posiblemente el primer ministro que con más franqueza se ha mostrado a los ciudadanos. Es un corrupto, pero lo es a la vista de todos y no de manera vergonzosa como otros políticos. Esa franqueza también se llama cinismo. ‘Il Cavaliere’ es el gran líder de la política-espectáculo de Italia, país que ha sufrido en los últimos tiempos un escenario político con la inestabilidad como norma y que se apresuró a elegir al hombre más rico del país como presidente del gobierno. Apoyado por una variopinta alianza de partidos que van desde el centro hasta la extrema derecha, ha batido el record de permanencia en el cargo: cosa no muy difícil si tenemos en cuenta la fugacidad de sus antecesores. Silvio Berlusconi es el máximo exponente de la política como prolongación del aprovechamiento personal que ha presidido todas las acciones de su vida. Se dice que la ciudadanía italiana lleva tiempo sumida en la pérdida de confianza en las instituciones y acostumbrada a la corrupción de las administraciones públicas. La elección -democrática, por supuesto- de Berlusconi es a la vez causa y efecto de ese estado de ánimo colectivo.

No deja de ser una situación anormal que un país de la UE tenga a un personaje como este al frente de su gobierno. Se acaba de conocer la decisión de un tribunal que juzgaba una de las muchas causas que han llevado a Berlusconi a someterse a la justicia: ha dictaminado que el delito, el soborno a un juez en 1985, está prescrito. Fue probada la corrupción, como en otros casos relacionados con los múltiples negocios de Berlusconi, pero vericuetos judiciales, sentencias de tribunales de apelación o la misma prescripción han jugado a su favor. La justicia no sólo ha estado sometida a las presiones del gran magnate de los medios de comunicación que conquistó la mitad del poder que le faltaba cuando accedió al cargo de primer ministro, sino que ha visto cómo numerosas investigaciones sobre prácticas corruptas topaban con la justicia construida a la medida de ‘Il Cavaliere’. Leyes especiales que conceden inmunidad a sus colaboradores y al propio Berlusconi son la demostración perfecta de cómo utilizar la mayoría parlamentaria para evitar que se aplique la igualdad ante la ley. La riqueza de origen desconocido que lo hacen el hombre más poderoso de Italia ha servido para abusar de manera flagrante de las instituciones democráticas.

Dice el escritor Antonio Tabucchi que con Berlusconi la información italiana no ha precisado la censura: ha bastado con comprarla. El dueño del ochenta por ciento de los medios de comunicación del país es una sola persona, que controla desde lo privado y desde lo público el principal mecanismo de poder en la política actual. La actuación de Berlusconi se hace ante una opinión pública que convive con el uso de la propaganda al servicio del amo de todas las televisiones. La crítica hacia un gobernante indigno de su cargo queda relegada en el laberinto mediático. Afirmaba contundente Tabucchi al recoger recientemente un premio de periodismo en España: «El problema de la limitación y del control de la información libre, devorada y sustituida por una información propagandística feroz y servil, no puede ser confinado en los muros de un país, al que mirar acaso con distracción o con conmiseración benévola. Atañe a toda Europa, porque esa información de propaganda que está devorando la información libre no es inocua, sino un cauce, definitivamente a cielo abierto, de las oscuras ideologías que marcaron Italia durante dos décadas de dominio fascista y que constituye la negación de los principios sobre los que nuestra Europa se funda».