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Moral selectiva

La apelación a la moral es casi tan frecuente en el mundo de la comunicación como lo es en la política. Los contenidos difundidos por los medios de masas no escapan al juicio realizado en función de criterios morales. Y cuando entra en escena la protección de los menores, las razones por las que se recurre a lo moral de los actos, las palabras o las imágenes se hacen más que evidentes. Sin embargo, los valores compartidos a los que se trata de preservar en la defensa frente a actos inmorales corren el riesgo de ser atacados por la mojigatería y el exceso de celo en la observancia de las reglas de la moralidad. Demasiados escrúpulos ante lo accesorio pueden conllevar indiferencia ante lo verdaderamente grave. Es la extensión preocupante de la moralina. Definía estos términos con claridad Fernando Savater en un reciente artículo de prensa: «La moral, como esfuerzo por dar un sentido racionalmente motivado a la acción humana, es una cosa no sólo respetable sino absolutamente imprescindible. En cambio la moralina, es decir, la veneración de convenciones supersticiosas que a menudo distraen de afrontar los verdaderos abusos antihumanos, es algo deleznable».

Cuenta Savater que un caso paradigmático de vergonzosa moralina ha acompañado la difusión de un vídeo clave del conflicto en Irak. Se trata de la filmación en Faluya, tras días de asedio, de un ‘marine’ disparando a un herido indefenso. El vídeo muestra una casa semidestruida y un grupo de ‘marines’ que deambula en busca de algún rastro de vida. Un hombre tirado en el suelo está herido, llama la atención de éstos y un soldado lo remata de un disparo. El sonido que recoge el vídeo incluye una frase pronunciada antes del disparo: «¡Ése no está jodidamente muerto!». Las imágenes han podido verse en todo el mundo. Pero la banda sonora de una de las versiones emitidas del vídeo incluía una alteración introducida por alguien. Un pitido que ocultaba una de las palabras: ‘jodidamente’. La moralina del lenguaje llevada al ridículo. Y, sobre todo, el infame efecto del escándalo ante una palabra pecaminosa y no ante todo lo demás, que Savater describe como «un encubrimiento del verdadero problema moral por la superstición del prejuicio gazmoño». La doblez de los censores de las crudas imágenes que al tiempo buscan mil y una justificaciones para los horrores de la guerra.

Resulta cuanto menos incomprensible que se haya alzado la defensa de los valores morales como un factor determinante en las recientes elecciones estadounidenses. ¿Qué moral? Al parecer, una que prioriza el bien de los ataques preventivos sobre el mal de las palabras malsonantes. Las atrocidades cometidas por todos los bandos en Irak han tenido, en muchos casos, una cámara como testigo privilegiado. Sin embargo, los propagandísticos secuestros y posteriores asesinatos por parte de las bandas armadas generan imágenes que no son emitidas íntegramente por los medios occidentales. A cambio, las torturas de Abu Ghraib y las acciones del ejército ocupante sí han sido mostradas para vergüenza de sus responsables. Opera una moral selectiva que resta importancia al mal propio y que además permite la exhibición de la violencia únicamente cuando la víctima no es occidental. Los escrúpulos pesan demasiado si el crimen es perpetrado por los otros. Pero mostrar los desastres de la guerra supone robarle espacio a la moralina que actúa sobre lo superfluo: implica tratar las imágenes como el verdadero problema moral que ha de ser afrontado.