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Las ONG y la ayuda humanitaria (I)

La cooperación internacional en casos de catástrofe se mueve en la actualidad en un escenario que combina fuentes de financiación públicas y privadas. Todos los gobiernos, y en ocasiones todos los niveles de la administración pública cuando ésta es descentralizada, incluyen en sus presupuestos partidas de ayuda al desarrollo que se canalizan hacia actividades humanitarias cuando parece necesario. Los desastres naturales, las hambrunas agravadas por razones climatológicas y las catástrofes humanas que originan los conflictos armados actúan, con bastante frecuencia, como una llamada de atención que sirve para engrosar los fondos de la ayuda humanitaria a países subdesarrollados. Las donaciones por parte de particulares crecen justo cuando son más urgentes y precisas para financiar las operaciones puestas en marcha por organizaciones humanitarias. Sin embargo, tanto para las vías públicas como privadas de captación de fondos se ha de contemplar lo que ha sido bautizado como «el efecto CNN»: la incidencia del factor emocional y del sello de ‘problema de actualidad’ que tarde o temprano desaparecerá. Cuando las cámaras de televisión abandonan el lugar de la necesidad, muchas actuaciones entran en una fase de estancamiento. En el contexto de unos fondos para ayuda humanitaria desigualmente escasos, el papel de las ONG como agentes que conocen bien el terreno es doblemente relevante, en tanto también ayudan a enjuiciar el esfuerzo que los países invierten en sacar a tantas zonas del globo de situaciones de creciente miseria.

Los mecanismos puestos en marcha para lograr donaciones suficientes en el caso del tsunami en Asia no siempre son efectivos. Siempre habrá casos de extrema necesidad que no obtienen el reflejo mediático que merecerían. La organización humanitaria Médicos Sin Fronteras ha presentado el informe «Diez crisis humanas olvidadas del 2004», que recoge las que consideran son «las crisis humanas condenadas al olvido por intereses políticos, económicos o geoestratégicos». Resumidas en un titular, se trata de Burundi, donde el cobro de tasas a los pacientes excluye a los más pobres de la atención sanitaria; Chechenia y el trauma causado por una guerra sin tregua; Colombia, donde la población civil está atrapada en el fuego cruzado; Corea del Norte y una población que padece privaciones masivas y represión; Etiopía, donde se viven constantes amenazas de hambruna y enfermedades infecciosas; Liberia, país en el que la guerra ha terminado pero la crisis continúa; República Democrática del Congo, un interminable y devastador conflicto; Somalia, devastada por la anarquía y el caos; Uganda, donde existe dolor y miedo intenso en el norte del país por un conflicto armado; y la tuberculosis, crisis generada por una enfermedad fuera de control. Son todos ellos problemas que deberían estar sobre la mesa de trabajo de quienes manejan esos grandes presupuestos de ayuda que siempre generan dudas sobre su efectividad. Y se trata de crisis humanas que han sucedido en un año en el que todo el planeta parecía mirar casi en exclusiva hacia un conflicto, el de la invasión de Irak.

La generosidad que se ha demostrado en todo el mundo a la hora de ayudar a los damnificados por el tsunami en el sureste asiático quizás no tenga muchos precedentes. Las donaciones de particulares han superado toda expectativa y han cubierto las necesidades de muchas organizaciones que operan sobre el terreno. Varias ONG han anunciado que dejan de recaudar fondos para este motivo, pues sus presupuestos para las actuaciones proyectadas en estos países en los próximos años están sobradamente respaldados por las donaciones recibidas. Ahora es el momento también de que todos los agentes que intervienen en el sector humanitario busquen la coordinación necesaria para que ningún esfuerzo se pierda en burocracias o duplicidades. Las poblaciones afectadas deben recibir en las mejores condiciones el apoyo exterior que les permita salvar los riesgos -principalmente sanitarios y psicológicos- que amenazan al lugar de la catástrofe. Posteriormente, llegará el momento de la reconstrucción y de la vuelta a unas actividades productivas que, tras ser arrasada por el tsunami toda su infraestructura básica, habrán de transformarse en buena medida. El papel de las ONG en el apoyo a iniciativas de desarrollo económico será también muy necesario entonces. No todas las zonas contarán con el impulso de la inversión privada exterior. Proyectos de desarrollo de menor dimensión, líneas de microcrédito o la propia reconstrucción de viviendas en áreas sin riesgo de nuevas olas gigantes son herramientas fundamentales para la reactivación y para salir de la pobreza.