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Dejarse la vida en el trabajo

Cuando una sociedad vive con preocupación creciente la cuestión de la seguridad, resulta paradójico que un aspecto de la misma no merezca la necesaria atención. Preocupa que la vida se pueda perder en un segundo por causas como la inseguridad ciudadana o los accidentes de tráfico, pero el impacto trágico y constante de la siniestralidad laboral no se ha alzado aún como una verdadera prioridad. A pesar de que los accidentes y las víctimas mortales en los lugares de trabajo ocupan su espacio en los medios de comunicación, la presión social no se deja notar para obligar a los involucrados a mantener unas condiciones laborales seguras. La prosperidad económica implica una mayor exigencia de seguridad que se materializa en una adecuada labor de prevención. En un país como España, que ha vivido una notable expansión en la última década, cualquier balance de la siniestralidad laboral que no suponga una radical reducción de los daños producidos debe considerarse insatisfactorio. Es una cuestión básica: la dignidad de un puesto de trabajo no empieza a contar hasta que se consigue que el riesgo para la vida del trabajador no sea acuciante. La fatalidad es un factor incontrolable, pero no así el cumplimiento de las necesarias medidas de seguridad. El riesgo es evitable y nunca se puede justificar por razones económicas o haciendo responsable del mismo al trabajador.

Las relaciones laborales se tiñen de sangre en más ocasiones de lo que cualquier sociedad podría tolerar. Las estadísticas oficiales reflejan miles de accidentados y cientos de víctimas mortales al año en España por la siniestralidad en el trabajo. Son cifras que no se aceptarían si estuviéramos hablando, por ejemplo, de terrorismo. El espectacular crecimiento del sector de la construcción, auténtico motor de la producción, ha estado acompañado de un constante riesgo para los trabajadores. Las condiciones de precariedad y los problemas causados por la subcontratación son, en este sector, un caldo de cultivo para el incumplimiento de las normas de seguridad. Prueba de ello son los cincuenta trabajadores de la construcción que han muerto en accidentes en sólo los dos primeros meses de este año. El drama de la siniestralidad laboral supone también unos elevados costes, perfectamente medibles, para la economía y las actividades que se ven más afectadas. Se vuelve imperante la necesidad de un cambio de mentalidad. La prevención de riesgos y su eficaz gestión en las empresas se están convirtiendo en prioridad para muchos empresarios. Pero no hay que olvidar que es responsabilidad de otros empresarios la mayoría de los accidentes que se producen. Los desaprensivos que se saltan la ley en lo referido a las normas de prevención están causando muertes en el tajo todos los días.

La legislación sobre riesgos laborales en España ha dejado de ser un problema: se ha adecuado a la realidad y sobre el papel es más que satisfactoria. Sin embargo, siguen siendo mayoría las empresas que no incorporan la cultura de la prevención a su funcionamiento y se limitan a cumplir los requisitos legales. Esta escasa concienciación lleva a que se desprecie la tarea de reducir la siniestralidad como parte del propio objetivo de calidad y de competitividad en las empresas. Incluso siguen siendo preocupantes los niveles de incumplimiento de la ley de prevención, lo que indica que el problema se sitúa en muchos casos en el campo de la persecución legal. Los recursos destinados a la inspección de trabajo son muy limitados para sancionar adecuadamente todos los incumplimientos. El control de la administración pública sólo es ejemplar cuando se persiguen comportamientos delictivos que son sólo la punta del iceberg del problema. El esfuerzo legislativo debe extenderse también a los casos de ilegalidad más flagrante, como son las contrataciones irregulares, para evitar que haya trabajadores no protegidos que no puedan exigir seguridad por su precaria situación. A pesar del trabajo realizado social e institucionalmente para reducir la siniestralidad laboral, el problema sigue demandando una mayor atención. Hay pocas cosas peores que encontrar la muerte allí donde fuiste a ganarte la vida.