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Transportes y localización

En el estudio de la economía, el transporte constituye una parcela de conocimiento a la que se le ha prestado atención sólo de manera relativamente reciente. Analizar la necesidad de transportar personas y mercancías implica introducir en la teoría económica la dimensión espacial y la variable distancia como factor de coste. La relevancia mayor del transporte en el análisis económico estriba en su influencia decisiva en la localización de actividades industriales y de servicios. La división territorial del trabajo funciona, en este sentido, como explicación casi universal: la especialización es la brújula de la organización de las actividades económicas a lo largo y ancho de un espacio. Aunque la localización por criterios productivos ha sido un claro determinante de la configuración actual de las regiones y países, es el momento en que se producen cambios por la deslocalización el que despierta el interés por el transporte como motor de las nuevas configuraciones. La revolución de los transportes más reciente es la que, definitivamente, coloca este factor en los engranajes de cualquier análisis económico. Y ello a pesar de que transportar mercancías ha sido una actividad vital para la evolución de las sociedades, desde las rutas medievales de la seda y las especias hasta el actual estado del comercio internacional. De hecho, no es otro que la distancia como barrera el factor que separa a una sociedad primitiva basada en el nomadismo de aquellos pobladores estables del territorio que descubrieron la agricultura.

Una de las razones por las que el transporte ha sido poco abordado por teóricos de la economía es la aparente paradoja que surge en el análisis. Se tiene claro que los servicios de transporte, sus costes, el tiempo invertido según la distancia y la existencia de medios alternativos influyen decisivamente en la localización de actividades. Pero también es cierto que la localización de actividades influye en los transportes. Esta interdependencia hace que la oferta de transporte sea capaz de generar parte de su propia demanda. El fenómeno ilustra las dificultades que se presentan en la producción de transportes, y más concretamente en la construcción de infraestructuras. Una carretera, una línea de transporte marítimo o el acceso a una ruta aérea sirven para acercar lugares de producción y centros de consumo. Gracias a que podemos llevar en ferrocarril los cargamentos de metal al puerto más cercano, se explota la mina en cuestión. Y, al mismo tiempo, si no fuera por la explotación de la mina, no habría vías de transporte que vertebraran ese territorio. ¿Dónde y cómo se deben construir infraestructuras para hacer posible simultáneamente la localización de una actividad económica y la viabilidad de ese transporte? En una economía mixta, confluyen ámbitos de decisión del mercado y de la planificación estatal que pueden aportar sobradas herramientas para abordar el problema. Pero es fácil errar el tiro: invirtiendo en servicios de transporte infrautilizados o dejando el camino libre a los habituales estrangulamientos en las vías de comunicación.

Los transportes son el caso paradigmático de sector con externalidades. Éstas pueden ser positivas o negativas, es decir, puede tratarse de efectos de la producción o el consumo de servicios de transporte que resulten beneficiosos o perjudiciales para un tercer agente que no es el productor o el consumidor. La sociedad, en sentido general, se ve afectada por la configuración de las redes de transporte. Y de manera decisiva por su influencia en la localización: el tamaño de las ciudades, la dispersión de las zonas urbanizadas, la distancia entre áreas industriales, la colonización del litoral o del campo y las migraciones son aspectos determinados en gran medida por la facilidad y el coste de los transportes disponibles, en cada momento concreto, para mover personas y mercancías por el territorio. Se trata de cuestiones fundamentales para la estructura económica de un país, lo cual actúa como razón de peso en la dialéctica entre estado y mercado. En la mayoría de las circunstancias, el papel de una correcta política económica debe anteponerse a las dinámicas del mercado. La planificación de infraestructuras es cosa bien diferente a la gestión. Planificar supone coordinar esfuerzos para que la sociedad alcance un óptimo tras la inversión deseada. Desde una óptica de mercado, no siempre es posible. Las infraestructuras de transporte ofrecen numerosos ejemplos de inversiones que se han tornado antieconómicas, los cuales en algunos casos sirven de demostración de que el mercado no ha proporcionado soluciones eficientes a la compleja decisión del transporte.