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El largo camino de Turquía hacia Europa

La Unión Europea vive una situación cercana a la parálisis política desde el resultado del referéndum francés. Sin embargo, las instituciones siguen funcionando y la agenda cuenta con importantes retos que acometer que no tienen que ver directamente con la complicada ratificación de la Constitución Europea. Uno de ellos es abrir la puerta a nuevos miembros que esperaban detrás de los estados que protagonizaron la ampliación al Este. El caso de Turquía, especialmente, ha generado más discusión en la UE que cualquier otra nueva incorporación de las últimas décadas. Tras el revés sufrido por el proceso de construcción europea que conduce la actual clase dirigente con el ‘no’ de los ciudadanos de Francia y Holanda, la opinión pública empezó a cuestionarse más seriamente la entrada de un país como Turquía como miembro de pleno derecho de la Unión. Un país demasiado ‘diferente’ a los que formaron el núcleo fundador de este proyecto que algunos ven diluirse con cada nueva ampliación. Pero la realidad es que no hay muchos puntos de conexión entre las dudas que ha despertado el paso adelante de la Constitución y el creciente rechazo en algunos países a la apertura de negociaciones para la incorporación de Turquía.

La decisión de sumar al estado turco a la UE viene de muy atrás. En 1959 se presentó la candidatura para la entonces comunidad económica. Y en 1963 se firmó un tratado de pre-asociación que sentaría las bases de una futura unión aduanera. A partir de entonces, escollos que aún hoy siguen alimentando algunas dudas dilataron el camino de Turquía hacia Europa. La debilidad de su economía y la inestabilidad política han jugado en su contra. A pesar de las resistencias que se han manifestado, sobre todo durante los últimos años, Turquía obtuvo el estatus de país candidato a la adhesión y ha logrado el pasado 3 de octubre que se abran oficialmente negociaciones para su incorporación. Las dificultades, sin embargo, sitúan la meta en un horizonte no menor a diez o quince años. No dio mucho de sí el debate sobre si la UE debía ser un «club cristiano», pues la inaceptable discriminación suponía levantar una frontera con un país tan ligado a la historia europea como la Turquía de Atatürk, un modelo necesario de estado laico con mayoría musulmana. La principal barrera que separa a Turquía del resto de Europa no es la religión, sino los diferentes niveles de renta. La corriente migratoria de turcos hacia los países más industrializados fue muy intensa en la segunda mitad del pasado siglo. El factor geográfico no parece suficiente para negar el derecho de Turquía a unirse al club europeo, a pesar de la extensión de su parte asiática, pero sí ha sido recurrente la idea de que el país otomano debía converger económicamente con el resto de Europa antes de sumarse al proyecto de unión política.

Las negociaciones que se abren ahora han estado precedidas de dificultades y condicionamientos políticos y legales. Turquía ha tenido que demostrar capacidad para emprender las reformas que acercan aún más su sistema político a los valores de la UE. Pero los cambios en las leyes, la reducción de la burocracia y la adaptación de las instituciones al marco comunitario no completaron la travesía. A estas reformas se han unido otros requisitos para que Turquía pasara el examen de los estados de la Unión: derechos de la minoría kurda, resolución del conflicto con Chipre y reconocimiento del genocidio armenio de 1915. A pesar de todo, en las instituciones europeas se ha mantenido el compromiso de no cerrar la puerta a Turquía. Algunos sectores de la opinión pública han presionado a los gobiernos para cerrar la vía de la adhesión; en el consejo que decidió iniciar las negociaciones, Austria presentó la alternativa de la «asociación privilegiada» con la UE. Hay voces que rechazan igualmente que Turquía pueda ser miembro de pleno derecho, pero con un argumento pragmático: los pasos hacia una mayor integración serán más difíciles con más países y más heterogeneidad. Sin embargo, la sociedad turca lleva esperando demasiado tiempo y no merece el portazo de Europa. A pesar de lo complicado del proceso, el impulso de modernización y desarrollo que supone la perspectiva de incorporación al tren europeo es vital para el futuro de Turquía.