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Merkel y la incierta marcha de la locomotora

Hay algún portavoz de la oposición que le ha reprochado a Zapatero la ligereza con que calificó de ‘fracasada’ a Ángela Merkel el día después de las elecciones en Alemania. El presidente español cayó en un error diplomático de bulto al opinar sobre los resultados electorales de un país que siempre deberá contar mucho para España como socio en la UE. Pero lo cierto es que en ningún momento habló de ‘fracasada’ aludiendo a la democristiana Merkel; su comentario, mucho más matizado, se limitaba a constatar el fracaso de la derecha alemana en relación a las expectativas que reflejaban los sondeos previos. La CDU encadenó errores en la campaña que pagó en las urnas con una ajustada victoria. Tan ajustada que la única coalición viable para la gobernabilidad de la república federal ha terminado siendo una «Grosse Koalition» con los socialdemócratas. El SPD estaba al filo del abismo cuando el canciller Schröder anticipó las elecciones; ahora, ha salvado los muebles y se dispone a gobernar con un programa de difícil consenso con sus grandes rivales. La retirada de Schröder ha dejado vía libre a Merkel como nueva canciller en un gobierno con ocho ministros socialdemócratas y seis democristianos. No será fácil la travesía de este ejecutivo llamado a resolver la crisis alemana.

Se dice que el actual estancamiento de la UE tiene como causa el inmovilismo de los países que debían actuar como líderes del proyecto. Hay quien espera que Merkel conecte con esa otra forma de entender el modelo europeo que encarna Tony Blair. Pero el resultado de las elecciones demuestra que los votantes no quieren cambios radicales en lo que podíamos denominar sus tradiciones políticas. Alemania no quiere importar la política económica del «nuevo laborismo», aunque admita la necesidad de reformas para mantener el edificio de su modelo social. El equilibrio entre liberalización y estado de bienestar será la clave del complicado consenso que deberán fraguar socialdemócratas y democristianos en el gobierno alemán. Aunque lo peor de esos acuerdos de compromiso sería que no se alcanzasen, pues la dirección política de Merkel quedaría a la deriva. La inestabilidad de los gobiernos ha dañado el crédito con que cada estado miembro ha tirado del carro del proyecto europeo. Se espera de Alemania que salga del estancamiento económico y asuma un cierto liderazgo. Aunque resulte extraño, son gobiernos como los de Blair y Zapatero, periféricos respecto del núcleo fundador de la Unión, los que cuentan con capacidad para liderar alguna iniciativa en estos momentos. Más que ganarse éstos la confianza de Merkel, será tarea de la canciller sumar fuerzas con los países que pueden presumir de mayor estabilidad económica y política.

En el reparto de poder realizado para la firma de la «Gran Coalición» se ve con claridad el fracaso de la estrategia democristiana. Merkel accede a la cancillería con la condición de que el SPD mantiene el control de ministerios clave para el futuro de las reformas sociales. Se sabe que el acuerdo de un programa conjunto de gobierno implica muchas dificultades, pero también es claro que la principal losa que pesa sobre el nuevo ejecutivo se llama parálisis. Deberán afrontar sin excusas los problemas que han sumido a la población alemana en la depresión colectiva. Y ambos partidos mayoritarios apuestan fuerte con una coalición que no ensayaban desde hace más de 30 años. Sin duda, Merkel se juega todo su capital político en el envite, pues el riesgo de encabezar una coalición de estas características es que, incluso cuando se ofrece un balance positivo de gobierno, los votantes pueden decidir que fuiste el lastre de la coalición y negarte la recompensa. Por el bien de Alemania, hay que desear que Angie tenga en la cancillería la suerte que le faltó en las urnas.