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2005 ya es parte de la historia

El espíritu de los tiempos suele quedar resumido en determinados géneros artísticos. El de estos tiempos que nos ha tocado vivir es el melodrama. Quizás, en todo caso, salpicado de ciertos toques de comedia. Porque cuando se intenta seleccionar los acontecimientos que han marcado los últimos años no queda otra sensación que la de un amargo poso de tragedias y odios. Es lo malo de realizar balances a final de año: la memoria no alcanza igual a recordar lo positivo y lo negativo, y esto último predomina en la mirada a los doce meses pasados. Ocurre que los hechos de verdadera trascendencia colectiva suelen estar ligados a grandes catástrofes a lo largo de historia. Es por ello que no concebimos como infinitamente más relevantes algunas de las pequeñas revoluciones cotidianas que experimenta la sociedad actual. La política vive los últimos años de convulsiones, dramas y profecías apocalípticas, pero no por esto termina de encajar en el espíritu con el que el ciudadano medio afronta su futuro. El 2005 ha tenido mucho de lo que abunda en esta década que contemplamos ya con una mejor perspectiva: desastres y cambios inesperados en una sociedad que vive acelerada. Sin embargo, esta velocidad impide analizar con detenimiento algunos de los grandes movimientos de fondo que transforman nuestro mundo para bien. Quizás porque estos cambios positivos se producen, según el pesimismo dominante, «a pesar de» cómo está el mundo. Una vez este año 2005 pase a la historia, sus principales hitos pasarán igualmente a alimentar este proceso dual de grandes tragedias y pequeñas esperanzas que compensan la balanza de las memorias anuales.