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La banca y el final del boom inmobiliario

El sector de la construcción es un motor del crecimiento económico que genera per sé temores y suspicacias. A pesar de que la economía española está viviendo de los réditos de una larga etapa expansiva que tiene mucho que ver con el igualmente prolongado «boom» inmobiliario, todo el mundo parece haberse dado cuenta de los riesgos y las consecuencias indeseadas de esta situación. El momento actual puede resumirse con una imagen: la de los invitados a un convite pantagruélico que no se acuerdan de la sal de frutas hasta que han terminado el postre. El sector del ladrillo ha generado empleo, actividad y beneficios desorbitados; pero, a diferencia de lo que ocurría unos años atrás, ahora no sólo sobresalen aspectos positivos. Se le coloca en el centro de una preocupación generalizada por el gravísimo problema de acceso a la vivienda, por la corrupción municipal a cuenta de las cuestiones urbanísticas y por el insostenible ritmo de endeudamiento inmobiliario. Por otro lado, la discusión sobre la burbuja del sector empieza a arrojar signos de la derrota definitiva de las tesis «nuncabajistas»: pocos se muestran ya dispuestos a defender que nunca habrá crisis de precios y que no se producirá un cambio de ciclo. La construcción, en resumen, se enfrenta a la posibilidad de que terminen sus años dorados en medio de un más que justificado temor por el futuro de la economía española, que ha estado excesivamente volcada hacia un sector de baja productividad que no encaja en un modelo de desarrollo teóricamente guiado por la mejora de la competitividad.

Una de las razones poderosas de este «boom» inmobiliario ha residido en el generoso crédito otorgado por el sector financiero, que durante años ha visto en el filón hipotecario su principal fuente de ganancias. No es casualidad, por tanto, que la tendencia alcista de los tipos de interés haya actuado de detonante de las preocupaciones por el futuro del sector del ladrillo. Se insiste en que el pinchazo de la burbuja inmobiliaria puede estar cerca porque ya se ha producido un hecho que lo anticipa: los bancos han cambiado de estrategia, ante el temor de que la patata caliente hipotecaria les queme en las manos. Las entidades financieras abandonan el monocultivo y se reorientan hacia otros negocios, como el crédito al consumo y las pymes. Y si se corta el grifo de las hipotecas, el río de las inmobiliarias no podrá seguir su curso con el mismo caudal. Los mercados financieros han reflejado continuos vaivenes en las cotizaciones de las grandes empresas del sector de la construcción. Pero sólo se puede extraer una conclusión válida a los efectos de primar una estrategia empresarial coherente: las compañías que han subido hasta convertirse en grandes empresas de servicios a ojos del mercado han sido las que han optado por diversificarse. Es decir, las que no se han limitado al monocultivo. Si dejas de ganar en la construcción, al menos sigues generando beneficio en otras actividades. Por ese camino han optado las grandes constructoras hasta el punto de protagonizar el reciente asalto de algunas de ellas al accionariado de las compañías eléctricas. De la mano, lógicamente, de los bancos que les financian esta «diversificación» convertida ya en tabla de salvación de un sector que no quiere ni pensar en vacas flacas.